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En Madrid, Por la Viuda de Alonso Martin. A costa de Diego Logroño, mercader de libros," corregido alguna rara vez y completado por la impresión suelta siguiente: "Núm. 16. Comedia famosa El mejor alcalde el rey de Lope de Vega Carpio... Fin. Hallaráse esta comedia y otras de diferentes títulos en Madrid en la librería de Antonio Sanz, en la Plazuela de la Calle de la Paz. Año de 1741."

»El Conde ha dibujado hoy nuestro escudo, «para ponerlo sobre su libreríadibuja muy bien y con una facilidad extraordinaria. Me ha explicado que el escudo para las señoritas es de forma distinta del de las señoras y de los caballearos: toda la noche ha hablado de heráldica y de nobleza, y yo he aprendido una cantidad de cosas que ignoraba.

Si no comía allí también era porque las migajas atraían los ratones. En este cuarto había una cama de madera con cortinas de damasco de lana, un lavabo de hierro, una mesa y una pequeña librería. Lo demás todo armas; armas en los rincones, armas colgadas de las paredes, armas sobre la mesa, armas en la librería y hasta armas debajo de la cama y entre sus colchones.

Bien; ése ya quién es porque ha entrado en casa respondió para disimular . ¿No ha venido ningún otro a preguntar por ? Me parece que no señor. Inmediatamente se trasladó a una librería de la Carrera de San Jerónimo que aún estaba abierta, pidió la Guía de Madrid y se enteró dónde vivía el marqués de Henares. Era en una calle del barrio de Argüelles.

Me pedía autorización para traducir LA BARRACA, explicando la casualidad que le permitió conocer mi novela. Un día de fiesta había ido de Bayona á San Sebastián, y aburrido, mientras llegaba la hora de regresar á Francia, entró en una librería para adquirir un volumen cualquiera y leerlo sentado en la terraza de un café.

En una librería alineábanse los tomos de las Sesiones del Senado, juntos con memorias, estadísticas y aranceles; volúmenes imponentes por el tamaño, impresos a expensas del Estado.

Entró a la librería y, al mirar los volúmenes amontonados sobre el suelo y las gafas de asta marcando la página de un infolio, para continuar otro día la lectura; al ver, colgada de un clavo, la calza amarilla, donde el anciano guardaba los pinceles con que pintaba los rótulos; y más allá, hacia un rincón, el taburete para la pierna gotosa, ennegrecido por la grasa de los ungüentos, sintió en su espíritu una profunda tristeza.

La llave de la librería andaba desde entonces por los cajones de la mesa, revuelta con impresos y cartas viejas, sin que nadie se acordase de ella. El espada no sentía la necesidad de leer.

Llevome en seguida a una librería, después de haberme confesado que había publicado un folleto, llevado del mal ejemplo. Preguntó cuántos ejemplares se habían vendido de su peregrino folleto, y el librero respondió: Ni uno. ¿Lo ve usted, Fígaro? me dijo: ¿lo ve usted? En este país no se puede escribir. En España no se puede escribir. En París hubiera vendido diez ediciones.

Catherine escribió en noviembre de 2000 : "Mi sitio web está en estado embrionario y en construcción. Quiero que sea como mi librería, un lugar de encuentro antes de ser un lugar comercial. El internet me pone los pelos de punta, toma mi tiempo y no me da ningún beneficio, pero esto no me molesta..." Catherine es pesimista sobre el futuro de pequeñas librerías como la suya.