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Actualizado: 23 de junio de 2025
Supongo que esta tarea le incumbe al señor Leighton añadió, pero prefiero que usted y yo echemos una mirada a los asuntos de mi padre, antes que venga el abogado a examinarlos con sus ojos escudriñadores. Parecía que abrigaba cierta esperanza de encontrar algo que deseaba ocultar al abogado.
Entonces, todo lo que me queda que responder observó el señor Leighton, duramente, es que está completamente justificada la opinión pública sobre la futilidad de esta rama de la policía, para el descubrimiento de los crímenes, y no dejaré de llamar la atención del público en este asunto por medio de la prensa. Es, sencillamente, una vergüenza.
Mañana tengo intención de ir a la oficina del señor Leighton, y hacerme cargo de mis obligaciones como secretario de la hija del difunto millonario Burton Blair y acentuando las últimas palabras, se rió de nuevo en nuestras caras desafiadoramente. No era un caballero. En el momento en que entró en la pieza lo conocí.
Aquella misma tarde, a eso de las seis, habiéndome reunido con Reginaldo, pues así lo habíamos convenido, en el estudio del señor Leighton, los tres subimos a un coche y nos dirigimos a la Scotland Yard, donde tuvimos una larga conferencia con uno de los oficiales superiores de la policía, a quien explicamos las circunstancias y nuestras sospechas de que se hubiera cometido un crimen.
Pasaron cuatro largas y espantosas semanas de martirio, hasta que llegó mediados de mayo, y pude tener suficientes fuerzas para salir solo a caminar y dar unos cortos paseos por la calle Oxford y sus alrededores. El testamento de Burton Blair había sido ya aprobado, y Leighton nos manifestó, en las varias veces que nos visitó, el descuido, e indiferencia con que el tal Dawson manejaba los bienes.
Ni yo tampoco declaró Leighton, que había suspendido un momento para arreglarse bien los anteojos, y después prosiguió la lectura del documento hasta el fin. Todos nos alegramos cuando terminó la grave ceremonia.
No es posible que aparente usted ignorar el misterioso motivo que tuvo su padre para proceder así. Ya se lo he dicho. Mi pobre padre también procedió bajo presión. El señor Leighton lo sabe también. ¿Y conoce usted la razón? Movió la cabeza afirmativamente. ¿Entonces puede usted contrarrestar los planes de ese hombre? Sí, podría contestó lentamente, si me atreviera a hacerlo. ¿Qué teme?
Más tarde o más temprano, este hombre, si, en efecto, es su enemigo, se descubrirá él mismo. Entonces será tiempo suficiente para que nosotros procedamos firmemente, y, al fin, usted triunfará. Por mi parte, considero que cuanto más pronto le avise Leighton a este individuo su nombramiento, será mejor.
Reflexionó un momento, pensó mis palabras, suspiró, y luego me contestó: «Es imperativo, Leighton. No tengo otra alternativa.» Por eso he sospechado que procedió así bajo presión. ¿Cree usted que este extranjero estaba en condiciones de exigírselo? El abogado sacudió afirmativamente la cabeza.
Sí, lo sospecho fue su contestación clara y sin vacilación. Usted conoce su historia, señor Greenwood; usted sabe que él llevaba a todas partes un objeto guardado en una bolsita de gamuza, objeto que era su más precioso tesoro. El señor Leighton me ha dicho que se ha perdido. Desgraciadamente es así repliqué.
Palabra del Dia
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