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Paróse, se pasó una mano por la frente y cerró los ojos; cuando los abrió, vió que el hombre se retorcía riendo y el lego se cogía el vientre como para evitar que estalle de alegría y luego vió que señalaban hácia su casa y volvían á reir.

De los tres adeptos que el Padre Ambrosio tenía, el más adelantado era el hermano Tiburcio, humilde lego, aunque señaladísimo y estimadísimo en el convento por su ferviente piedad religiosa.

Era la noche del 10 de febrero de 1678. Su excelencia se encontraba arrodillado en el escabel que un lego del convento tenía cuidado de alistarle frente al altar de la Virgen. A pocos pasos de él, y de pie junto a un escaño se hallaban el secretario y el capitán de la escolta.

Ya lo he dicho El Rey no está para despilfarros, y para levantar de cascos á está gente no es preciso mucho dinero. ¿Que no? Pregúnteselo usted á aquel lego exclaustrado que escribe El Azote; ya me tiene comidas tres onzas de las que usted me trajo la semana pasada. ¿Pues y aquel oficialito que pronunció hace días aquel fuerte discurso en que dijo: Calendas Cartagos...?

Y Juan Montiño tiró hacia las escaleras, y siguiendo al lego portero recorrió el claustro alto hasta el fondo de una obscura crujía, donde el lego abrió una puerta. Nuestro padre dijo el lego , aquí está el hidalgo que viene de palacio. Adelante dijo desde dentro una voz dulce, pero firme y sonora. Montiño entró. El lego se alejó después de haber cerrado cuidadosamente la puerta.

En cambio el hermano lego Atanasio, que durante un cuarto de siglo había limpiado y bruñido el pesado aldabón de bronce de la abadía, declaraba con asombro que jamás había presenciado convocación tan extemporánea y urgente de todos los miembros de la comunidad.

Sin embargo, al sentir sus pasos, el padre Aliaga se había dirigido á uno de los balcones y permanecido de espaldas á la puerta como si se ocupase en mirar algo en la huerta del convento. El lego no podía ver su semblante. Nuestro padre dijo , un hombre pide hablaros con urgencia. ¡Que entre, que entre! dijo el padre Aliaga suponiendo que aquel hombre era el tío Manolillo.

Púsose el lego furioso, y en su arrebato cogió la garrafa y la arrojó a la acequia diciendo: ¡A nadar, peces! Y he aquí, por si ustedes lo ignoran, el origen de esta frase. Y luego el padre Carapulcra, tomándose la cabeza entre las manos, se dejó caer en un sillón de vaqueta murmurando: ¡Ah pícaro! Con cuatro simples me dijo que se ponía una botica... ¡Embustero!

Reunidos están en el claustro mayor, reverendo padre, contestó el lego, que se hallaba en actitud humilde, cruzadas las manos sobre el pecho y fija en el suelo la vista. ¿Todos? Treinta y dos profesos y quince novicios. Fray Marcos, postrado por la fiebre, es el único que falta. Dice que.... No hace al caso lo que él diga. Enfermo ó no, importaba ante todo acatar mi mandato.

10 La dicha por malos medios, de Gaspar de Ávila. 11 San Diego de Alcalá, de Lope. 12 Los tres señores del mundo, de Luis de Belmonte. 1 Amigo, amante y leal, de D. Pedro Calderón. 2 Obligar con el agravio, de D. Francisco de Victoria. 3 El lego de Alcalá, de Luis Vélez de Guevara. 4 No hay mal que por bien no venga, de D. Juan Ruiz de Alarcón.