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Actualizado: 1 de junio de 2025


Hacía ya más de 30 minutos que se encontraban en marcha, cuando atravesaban con bastante velocidad un puente muy largo, y sin baranda, en el medio del cual la cigüeña sufrió un choque terrible; todos cayeron unos encima de otros, y el que guiaba la máquina lanzaba lastimeros ayes; la cigüeña se había detenido en su marcha.

Al llegar aquí lanzaba el autor una larga epifonema y luego ariadía: Sic itur ad astra. Describía el desfilar de los Procuradores, obispos y grandes, que uno tras otro se adelantaban lentamente para jurar, sicut recua, y en el párrafo siguiente ponía la salida pública de la corte desde San Jerónimo hasta Palacio.

¡No hay levas conmigo! replicó Monipodio . ¡La bolsa ha de parecer, porque la pide el alguacil, que es amigo y nos hace mil placeres al año! Tornó a jurar el mozo que no sabía della. Comenzóse a encolerizar Monipodio, de manera, que parecía que fuego vivo lanzaba por los ojos, diciendo: ¡Nadie se burle con quebrantar la más mínima cosa de nuestra orden; que le costará la vida!

Nadie la conocía en el país: habíase establecido aquel verano en un caserío muy bien acondicionado, cerca de los baños de San Juan, y veíasela a menudo desde el camino pasear por la huerta acompañando a un caballero muy gordo, al parecer idiota, que lanzaba gritos extraños y tristes risotadas, y no se movía de un carrito de que tiraba a veces un borriquillo pequeño, otras un criado, algunas, con bastante frecuencia, la misma señora.

No veía á nadie, pero unas manos ocultas en la sombra tiraban de una de sus piernas con fuerza sobrenatural. Hasta creyó oír el crujido de sus músculos y sus huesos. A pesar de que los amigos rodeaban su cama las manos invisibles siguieron tirando de la pierna, mientras él lanzaba rugidos de suplicio.

Jaime tuvo la sensación de que este grito venía de muy cerca, de que tal vez lo lanzaba alguien oculto en los grupos de tamariscos. Concentró su atención, y al poco rato el aullido volvió a sonar.

Aunque en Madrid había hablado mal de las órdenes religiosas para no desentonar del medio en que vivía, considerándolas como anacronismos, echando pestes contra la Inquisicion y contando tal ó cual cuento verde ó chusco donde bailaban los hábitos ó, mejor, frailes sin hábitos, sin embargo al hablar de Filipinas que deben regirse por leyes especiales, tosía, lanzaba una mirada de inteligencia, volvía á estender la mano á la altura misteriosa,

Urbistondo no creía en el vapor; le parecía que gastar carbón, pudiendo navegar a vela, era una estupidez, y cuando veía que soplaba un buen viento, creyendo hacer un obsequio a la Compañía, mandaba apagar los fuegos, largaba las velas y se lanzaba a navegar como Dios manda.

Me quedé sola con la nodriza y el niño, que se agitaba y lanzaba a derecha e izquierda sus puñitos. Adquiriré también el derecho de contribuir a tu felicidad pensé mientras acariciaba su pequeño cráneo redondo y luciente, sobre el cual temblaban al soplo del aire algunos cabellos apenas visibles, finos como la seda.

Así, o con mayor fuerza, lanzaba de mi espíritu todo el peso del universo y de la hermosura creada, que se le ponía encima y le aprisionaba impidiéndole volar a Dios, como a su centro.

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irrascible

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