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Actualizado: 27 de mayo de 2025


¡Válame Dios! -dijo a esta sazón el barbero burlado-; ¿que es posible que tanta gente honrada diga que ésta no es bacía, sino yelmo? Cosa parece ésta que puede poner en admiración a toda una Universidad, por discreta que sea. Basta: si es que esta bacía es yelmo, también debe de ser esta albarda jaez de caballo, como este señor ha dicho.

¡Pardiez, señor -dijo Sancho-, si no tenemos otra prueba de nuestra intención que la que vuestra merced dice, tan bacía es el yelmo de Malino como el jaez deste buen hombre albarda! -Haz lo que te mando -replicó don Quijote-, que no todas las cosas deste castillo han de ser guiadas por encantamento.

Su breviario era tan viejo y hecho pedazos, que sólo ayudado de la memoria podía satisfacer á la obligación de rezar el oficio divino; su mayor tesoro eran los instrumentos de penitencia, con que maceraba su carne, cilicio, cadenas de hierro, cruces armadas de agudas puntas y otros de este jaez, con que redujo su cuerpo á perpetua esclavitud, con aquel santo temor con que se armó también contra mismo el Apóstol San Pablo.

Otra tendencia de estos escritores, que contribuye también á la corrupción del drama, es que la magia, las apariciones maravillosas, los golpes teatrales y otros resortes de este jaez, artificios artísticos para arrancar á todo trance aplausos del vulgo, se acumulan sin tasa en sus escritos, debilitando y entorpeciendo de este modo, con esas piezas de espectáculo, la perfección y el gusto de bellezas artísticas más puras y atildadas.

Si nombráis a Dios, llamadle por su nombre, y no con los que están hoy de moda, Ser Supremo, Suprema Inteligencia, Moderador del Universo y otros de este jaez. ¡Cómo, señora tía! exclamó Rafael , ¿negáis a Dios sus poderes y sus prerrogativas? No por cierto respondió la marquesa ; pero en el nombre Dios se encierra todo. Buscar otros más altisonantes es lo mismo que platear el oro.

El metal vibró como una campana que sonara muy lejos. ¡Ah, ya no se forjan espadas de este jaez, señor hidalgo! agregó Domingo de Aguirre. El acero es cada día más sucio y el temple más ruin. Dícese, en verdad contestó Ramiro, que habéis perdido algunos secretos de antaño. En cuanto a secretos, señor, nunca los hubo.

Á la conclusión hay una batalla entre un tabernero, una castañera, un granuja callejero y otros héroes de igual jaez, que componen sus personajes. Después que han sucumbido la mayor parte en la contienda, termina la tragedia de esta manera: TÍO MATUTE. Aguárdate, mujer, y no te mueras... Ya murió: yo también quiero morirme, Por no hacer duelo ni pagar exequias. ¡Ay, padre mío! Escúchame.

En lo del albarda no me entremeto, que lo que en ello sabré decir es que mi escudero Sancho me pidió licencia para quitar los jaeces del caballo deste vencido cobarde, y con ellos adornar el suyo; yo se la di, y él los tomó, y, de haberse convertido de jaez en albarda, no sabré dar otra razón si no es la ordinaria: que como esas transformaciones se ven en los sucesos de la caballería; para confirmación de lo cual, corre, Sancho hijo, y saca aquí el yelmo que este buen hombre dice ser bacía.

-A albarda me parece -dijo don Quijote-, pero ya he dicho que en eso no me entremeto. -De que sea albarda o jaez -dijo el cura- no está en más de decirlo el señor don Quijote; que en estas cosas de la caballería todos estos señores y yo le damos la ventaja.

Sólo el ventero porfiaba que se habían de castigar las insolencias de aquel loco, que a cada paso le alborotaba la venta. Finalmente, el rumor se apaciguó por entonces, la albarda se quedó por jaez hasta el día del juicio, y la bacía por yelmo y la venta por castillo en la imaginación de don Quijote.

Palabra del Dia

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