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La siguió para detenerla, pero no llegó a tiempo, Pepita pasó la puerta. Su figura se perdió en la oscuridad. Arrastrado D. Luis como por un poder sobrehumano, impulsado como por una mano invisible, penetró en pos de Pepita en la estancia sombría. El despacho quedó solo. El baile de los criados debía de haber concluido, pues no se oía el más leve rumor.

Tenía un carrillo cortado por la cicatriz de una cornada, y esta señal considerábala el Zapaterín como algo muy superior a su herida invisible.

Mas apenas hubo llegado a ella, recibió en sus manos un golpe, dado al parecer por otra poderosa e invisible, y oyó una voz que le decía, tan de cerca que sintió la agitación del aire y el aliento caliente y vivo de las palabras: ¡Tate... que es para mi señor el Príncipe!

Se había mantenido hasta el presente invisible y mudo, pero al entrar su país en la guerra iban á verse cosas prodigiosas.

Oiga yo antes, Gabriela, esas noticias alegres que tienen a usted tan contenta. ¡Ah! prorrumpió la hermosa señorita, iluminada por los reflejos multicolores de las luces de Bengala. ¡Tan contenta!.... ¡Quiero que usted participe de mi dicha! Presentí lo que Gabriela iba a decir. Un ser invisible lo murmuró a mis oídos.

El mar libre, chocaba en la línea del horizonte contra la muralla del rompeolas, coronándola de una nube de espuma que corría de un lado á otro como el humear de una locomotora invisible.

Las tierras labradas encantan la vista con la corrección atildada de sus líneas. Las hortalizas bordan los surcos y dibujan el suelo, que en algunas partes semeja un cañamazo. Los variados verdes, más parece que los ha hecho el arte con una brocha, que no la Naturaleza con su labor invisible.

El astil era tan pesado, que casi la llevaba arrastrando, y sin falta me prestaba la cualidad de invisible, puesto que encontrándome con varios conocidos y amigos que volvían de su paseo, ninguno hizo reparo en mi persona.

, ella estaba allí, tan cerca, que sentía el fino aroma de iris con que perfumaba sus cabellos, tan cerca, que podía tocar el extremo de su vestido avanzando la mano. ¡Ay! tantas veces aquel ademán había hecho desvanecer su sueño, que no se arriesgaba ahora. María Teresa se sentía retenida en el canapé como por invisible lazo. Sin embargo, Juan no la miraba, ni pronunciaba una palabra.

Todo de negro, abrochada la levita ceñida hasta el cuello, don Álvaro, pálido, mordía de rato en rato el puro habano que tenía en la boca, sonreía a veces y se volvía de cuando en cuando a contestar a un interlocutor, invisible para Visita. Era don Víctor Quintanar.