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Dicen que antes de eso era yo muy bonita. ; indudablemente eras muy bonita afirmó el forastero con el alma inundada de bondad . Y todavía lo eres.... Pero dime otra cosa. ¿Hace mucho tiempo que vives en las minas? Dicen que hace tres años. Dicen que mi madre me recogió después de la caída.

Parecía llorar. «Mauricia le dijo en tono lacrimoso la monja, con aquella buena fe que en ella equivalía a la gracia divina . Porque hayas sido muy mala no vayas a creerte que Dios te niega su perdón». Oyose un gran bramido, y la reclusa mostró su cara inundada de llanto. Dijo algunas palabras ininteligibles y estropajosas, a las que Sor Facunda y compañía no sacaron ninguna sustancia.

Voy a libertar a Vd. de mi presencia odiosa. Adiós para siempre. Dicho esto, Pepita se levantó de su asiento, y sin volver la cara inundada de lágrimas, fuera de , con precipitados pasos se lanzó hacia la puerta que daba a las habitaciones interiores. D. Luis sintió una invencible ternura, una piedad funesta. Tuvo miedo de que Pepita muriese.

Ahora, vete, vete. La india salió, con el cuaderno bajo el brazo, la cara de bronce inundada de lágrimas y mocos, que ella limpiaba a lengüetadas, mientras bajaba la escalera; Quilito, en la ventana, la miraba. Este incidente le había conmovido; bien es verdad, que su corazón desbordaba de amargura en aquel momento supremo.

Si en tiempo de crecientes la provincia de Moxos, inundada casi por todas partes, forma, por decirlo así, una sola sábana de agua; en la estacion de seca las llanadas quedan enjutas, y únicamente se ven sobre las partes mas hundidas del suelo, numerosos pantanos, particularmente al este y al oeste de la provincia, sin que se encuentren muchas lagunas permanentes.

A no ser por las vedijas negras que se escapaban de la chimenea, para quedar flotando en la calma bochornosa de la tarde, se hubiese podido creer que el buque no marchaba... Y la isla siempre a la vista, como los países encantados de las leyendas, que parecen avanzar detrás de los pasos del que huye. Un silencio de sesteo extendía su paz abrumadora sobre la cubierta inundada de luz.

El viento les favorecía, pero la barca estaba inundada, navegaba mal, y los dos hombres, marineros ante todo, olvidaron la catástrofe, y con los achicadores en la mano, encorváronse dentro de la cala, arrojando paletadas de agua al mar. Así pasaron las horas.

Quizá por ser el día de la Virgen y tener el alma inundada de alegría, quizá porque sólo entonces cruzó por su mente la idea de que pudiera ser cierto.

Pero mientras esto decía, parecíale muy desconsolador renunciar al divino amparo de aquella celestial Virgen que se le había aparecido en lo más negro de su vida extendiendo su manto para abrigarla. ¡Ver realizado lo que tantas veces había visto en sueños palpitando de gozo, y tener que renunciar a ello!... ¡Sentirse llamada por una voz cariñosa, que le ofrecía amor fraternal, hermosa vivienda, consideración, nombre, bienestar, y no poder acudir a este llamamiento, inundada de gozo, de esperanza, de gratitud!... ¡Rechazar la mano celestial que la sacaba de aquella sentina de degradación y miseria para hacer de la vagabunda una persona, y elevarla de la jerarquía de los animales domésticos a la de los seres más respetados y queridos!...

Por qué en aquel momento, en que mi amor por Gloria se convertía en delirio y embriaguez, en que todo me sonreía y tocaba al logro de mis deseos, sentí el alma inundada de tristeza y apetecí la muerte, no puedo explicarlo, pero así fue. Quizá tengan razón los que creen que el amor y la muerte son dos cosas que se identifican y confunden allá en el centro misterioso de la vida universal.