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Actualizado: 17 de junio de 2025


La reserva, la intolerancia y la censura se refieren á la opinion extraña: el egoismo asienta su pié sobre el instinto de la conservacion, es como una gota que cae del manantial de la vida. El viejo observa que la vida se va, y cuanto más léjos la ve, con más ánsia la quiere seguir.

En los dos grupos que tienen por centros principales á Barcelona y Bilbao, la intolerancia castellana, que repele lo extranjero y nuevo, no tiene cabida. Muy al contrario, el extranjero es acogido allí con placer, y toda novedad que entraña un progreso en la civilizacion encuentra la mas cordial hospitalidad.

El empeño de mantener en pie lo que ha madurado para caer y desaparecer, se paga irremisiblemente en pérdida de vida nueva, y podría decirse que la mortalidad prematura de los hombres por intolerancia, imbecilidad remanente, ignorancia, miseria, suciedad, indolencia, pesimismo, etc., etcétera, está en los diferentes países en razón directa de la antigüedad y de la inmovilidad de sus respectivas creencias sobre el universo y la vida, que les impiden llegar sucesivamente a mejores procedimientos de disminuir el mal y aumentar el bien.

Desde que Lacante es de la Academia, la Marquesa se ha vuelto de una intolerancia feroz para los otros escritores, y su celosa amistad no reconoce el mérito de ninguno. Ni siquiera Loti encuentra gracia con este adorable Bamountcho. Los extranjeros le parecen de una rivalidad menos próxima y son tratados menos severamente. D'Annunzio no sale mal librado.

La idea fué buena, por mas que en nuestros dias sea moda censurarla afectando tal vez mas amor al arte del que se tiene: porque ni á un obispo le es permitido postergar el interés religioso al interés arqueológico, ni es probable que la suntuosa Aljama de los Umeyas hubiese subsistido contra los embates del tiempo, del fanatismo, y del esclusivismo artístico de algunas épocas pasadas, á no hallarse bajo la egida del culto católico, que, aun en los dias de mayor intolerancia y barbarie, solo ha consentido se alterase una parte mínima de sus bellezas.

La intolerancia religiosa, que los historiadores extranjeros creen un producto espontáneo del suelo español, nos fue importada por el cesarismo germánico. Era el fraile alemán, que llegaba con su brutalidad devota y su locura teológica, no templada, como en España, por la cultura semita.

En Filipinas, nido de frailes, de procesiones y de jesuítas ¡cosa rara! puede decirse hay libertad de cultos. ¿Se creerá esto de aquellas comarcas simbolizadas por el que no las conoce bajo la intransigencia del exorcismo, de la intolerancia y de la presión del púlpito y del confesonario?

La intolerancia, el exclusivismo, que cuando nacen de la tiránica absorción de un alto entusiasmo, del desborde de un desinteresado propósito ideal, pueden merecer justificación y aun simpatía, se convierten en la más abominable de las inferioridades cuando, en el círculo de la vida vulgar, manifiestan la limitación de un cerebro incapacitado para reflejar más que una parcial apariencia de las cosas.

En cambio a su amigo Moreno se le desató la lengua mejor de lo que hacía al caso y, encarándose con ellos, les dijo en términos crudos que aquella intolerancia era bien propia de los defensores del oscurantismo, que cuando faltan las razones se acude a las amenazas, y que su amigo Sánchez había hecho mal en malgastar su ciencia con quien no había de entenderle.

Los franceses, ingleses y alemanes, con razón o sin ella, se han repartido los más brillantes papeles, y atribuyéndose casi toda la fecundidad filosófica, nuestra pobre nación ha resultado estéril o casi estéril, durante los cuatro últimos siglos, por culpa acaso de la Inquisición, de nuestra feroz intolerancia o de nuestra ineptitud para cosas tan sublimes.

Palabra del Dia

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