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Actualizado: 3 de junio de 2025
Cuando, despreciando sus antiguos prejuicios, intentaba aproximarse a una mujer, esta mujer replegábase misteriosa y asustada de tal aproximación. Era una obra de loco la suya: la conjunción del gallo y la gaviota soñada por un fraile extravagante y que tanto hacía reír a los payeses.
Se trataba de su antiguo amigo Jacobo de Freneuse y lo que usted me contó me impresionó vivamente. Estaba usted tan seguro de la inocencia de ese desgraciado, que muchas veces me he preguntado qué se podría hacer en su favor. Bien claramente lo dijo usted aquella noche, continuó Cristián sonriendo. Y hasta me maltrató usted un poco porque no intentaba nada en favor de mi amigo.
Lanzose Navarro Reverter al combate, remitiendo a Las Provincias una serie de artículos en que intentaba demostrar que la medida desamortizadora que yo había propuesto bastaba por sí sola para, si se realizaba, acabar con lo poco que quedaba en España de arbolado en los montes públicos. Contesté yo, replicó Navarro Reverter; pero mis argumentos quedaban en pie a pesar de todo.
Y mostraban asombro cuando Robledo intentaba hacerles comprender que en el mismo coche podían ir otros viajeros y además resultaba imposible adivinar su vagón entre los muchos que componen un tren. Cuando todas estas gentes, roncas de gritar y convencidas de que les era imposible dar alcance á la «señorona», quedaron en silencio, el ingeniero consiguió hacerse oir. Dejadla que se vaya.
Y ahora ¿te acuerdas? ¿Son o no son como las de la tiple? Iguales, hombre, iguales. ¡Mira, mira, míralas bien!... Y Emma levantaba el pie hasta colocarlo sobre las rodillas de su marido. El tío estaba del otro lado de la mesa y no podía ver el pie levantado, ni tampoco lo intentaba.
Yo le hablaba de la herida que había recibido defendiéndome, que sólo él había olvidado, y de que nunca le oí quejarse; le recordaba su entrada en el salón en el momento que Eduardo me rechazaba brutalmente cuando intentaba huir de su lado. »¡Ah! me dijo. Fue el día más horrible de mi vida; no había experimentado nunca un dolor semejante. »¿Cuándo hirió a usted con su cuchillo?
Pero su tendencia á desafiar el peligro, á no vivir como los demás, le hizo encontrar un profundo encanto á esta existencia novelesca. La doctora ya no emprendió más viajes. En cambio aumentaban sus visitantes. Algunas veces, cuando Ulises intentaba dirigirse hacia sus habitaciones, le detenía Freya. No vayas... Tiene una consulta.
Carmen hacía esfuerzos por mostrarse tranquila, y hasta estuvo presente en el acto de vestir Garabato al maestro. Sonreía, con una sonrisa dolorosa; fingíase alegre, creyendo notar en su marido una preocupación igual, que también intentaba disimular con forzado regocijo. La señora Angustias andaba por cerca de la habitación, queriendo contemplar una vez más a su Juanillo, como si fuese a perderle.
Pasados algunos días supo que, en efecto, su padre le había mejorado en tercio y quinto, lo que constituía a su favor, teniendo presente que en los últimos años el capital del brigadier se había mermado, una renta de siete mil duros; supo también que su madrastra, en el frenesí de la cólera intentaba ponerle pleito.
La señá Eufrasia era la única que intentaba consolarlos con sus palabrotas enérgicas. Los demás, enardecidos y contentos por la proximidad de la tierra soñada, volvían la cabeza, huyendo de sus lamentaciones. Subido en un caramanchel, un hombre tocaba la gaita, saludando a Buenos Aires con el mugido melancólico del inflado pellejo. En el castillo de proa sonaba la flauta pastoril de los árabes.
Palabra del Dia
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