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Actualizado: 3 de junio de 2025
Un proverbio vasco dice: «El buen valor asusta a la mala suerte.» Y esto es verdad a veces... cuando se tiene buena suerte. Zalacaín era afortunado; todo lo que intentaba lo llevaba bien. Negocios, contrabando, amores, juego... Su ocupación principal era el comercio de caballos y de mulas que compraba en Dax y pasaba de contrabando por los Alduides o por Roncesvalles.
Le venían siguiendo: alguien intentaba sorprenderle traidoramente por la espalda. Pero esta sospecha duró poco. Tal vez fuese algún perro vagabundo que huía al sentir su aproximación. En fin: lo cierto era que alguien huía de él, fuese quien fuese, y nada tenía que hacer allí.
Mas si el virrey era delicado, el mayordomo llevaba la cansera y la avaricia hasta el punto de regatear con los pulperos para economizar un piquillo en la compra; pero al mismo tiempo que esto intentaba había de escoger los huevos más grandes y más pesados, para cuyo examen llevaba un anillo y ponía además los huevos en la balanza.
De este modo, si la fortuna ayudaba al primero, podría luego proteger al segundo; y, en caso contrario, éste tendría siempre refugio que ofrecer al que intentaba restaurar el brillo de su casa y el renombre de su estirpe. Hiciéronlo así, y años después de la separación supo Diego que Antolín cantaba en una iglesia de Sevilla su primera misa.
Los que cojeaban eran reanimados con ruidosos golpes de vara, que les hacían temblar desde las patas a las orejas. Un caballo manso, en la desesperación de su infortunio, intentaba morder a los «monos sabios» que se aproximaban. Entre sus dientes guardaba aún colgajos de piel y pelos rojos.
Había sido sorprendida por el naufragio en el momento que intentaba vestirse: tal vez el terror la había hecho arrojarse al mar. La muerte había contraído su rostro con un rictus horrible que dejaba los dientes al descubierto. Un lado de su rostro estaba tumefacto por un golpe. La vió Ferragut al asomarse entre los hombros de dos señoras que temblaban apoyadas en la baranda de la cubierta.
Y en vez de indignarse por la crueldad con que mentía e intentaba engañar a su mujer, la viuda comenzaba a encontrarlo simpático, viendo en él como una resurrección de su segundo marido, de aquel doctor calavera al que tanto había amado. Si ustedes quieren, las acompañaremos Andresito y yo. Doña Manuela, animada por un instinto pudoroso, intentó excusarse.
Le embadurnaba con la pasta blanca, pugnando por sostener al paciente, que intentaba librar los ojos y la boca del tormento de la escoba.
En lo que no valían tretas ni engañifas, era en lo de sacarle dinero al viejo; los domingos, después de misa, daba a cada uno de los hijos un billetito de cinco pesos, de los pesos de entonces, y hasta el domingo siguiente. ¡Atreverse a pedir más! ¿quién lo intentaba?
Sólo la Alemania de aquel profesor intentaba imponerse al mundo en nombre de la superioridad de su raza, superioridad que nadie le había reconocido, que ella misma se atribuía, dando á sus afirmaciones un barniz de falsa ciencia. Hasta ahora, las guerras han sido de soldados continuó Hartrott . La que ahora va á empezar será de soldados y de profesores.
Palabra del Dia
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