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Edwin, empuñando otra vez sus remos, procuró salir rápidamente del puerto. Nada le quedaba que hacer en él. Pero fuera de su boca le salió al encuentro un obstáculo inesperado. La escuadra del Sol Naciente había zarpado días antes, lo mismo que las flotas aéreas, para combatir á los insurrectos, dejando solamente dos buques á las órdenes del gobierno.

Tal es su apodo significativo. Su verdadero nombre es doña Marcela Gutiérrez de los Olivares, por ser viuda del teniente de la clase de sargentos, del mismo apellido, muerto en Cuba un año ha, a manos de los insurrectos. Llora ella aún a su difunto marido, con cuya tía, doña Pepa, vive en este lugar en ejemplar recogimiento, y desdeña y rechaza al enjambre de galanes que la pretende.

El había llevado una vez desde Europa armas y municiones para una revolución de la América del Sur. Tòni le había contado sus aventuras en el golfo de California mandando una pequeña goleta que servía de transporte á los insurrectos de las provincias septentrionales alzados contra el gobierno de Méjico.

Cuando asesinaron á Carranza, el heroico Doroteo se encontró en excelentes relaciones con los vencedores y tan comandante de operaciones como en el gobierno anterior. Pero ¡ay! su alto cargo tal vez iba á quedar anulado por innecesario. Los diversos partidos que infestaban el país de insurrectos en armas parecían haber ajustado una tregua junto al cadáver de Carranza.

La plaza fue tomada por los insurrectos de un modo insidioso y por sorpresa. Un malvado denunció al coronel ante el gobierno de Madrid como culpable de traición, aseverando que se hallaba en connivencia y sobornado por el enemigo.

Ahora, por fortuna, si de algo han pecado el noble general Martínez Campos y los demás jefes y autoridades de España en Cuba, ha sido de lenidad, de espíritu de conciliación y de generosa confianza. Repito, pues, que no se comprenden los argumentos que pueden alegarse en los Estados Unidos para declarar la beligerancia de los insurrectos cubanos y para excitar á otras potencias á que la declaren.

Palabra, hijo mío, no hay que pensar en el contrabando; no nos queda ya más que un camino, y es el de ir a ofrecer nuestros servicios a los insurrectos de la América del Sur; pero antes de partir quiero ver a la monja.

El Senado anglo-americano, después de larga discusión, en que muchos de sus más notables individuos se han desatado en groserísimas injurias contra España, ha estimulado y autorizado al presidente Cleveland para que, en el momento que considere más oportuno, declare la beligerancia de los insurrectos.

Los adversarios de Martínez propalaban en la capital que éste tenía más empeño en eternizar la guerra que los mismos insurrectos. La paz significaba para él, como para los otros jefes de operaciones, la supresión de los regimientos fantasmas y de los piensos de la caballada no menos irreales.

Martínez se tuteaba con todos los insurrectos que tenía encargo de fusilar así que cayesen en sus manos. Meses antes eran todavía tan generales como él. Hasta le obligaban á marchar contra su antiguo ídolo el temible Villa, y procuraba hacerlo con la mayor discreción, como un esgrimista novel que se bate con su maestro. Perseguidos y perseguidores parecían evitar los golpes decisivos.