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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Digamos el día, el solo, el único día, el día incomparable, casi tan raro como la flor que brota cada cien años, cuyo perfume no se respira dos veces; el día en que el cielo parece azul, aunque se esté en otoño, y en que la naturaleza parece una fiesta aunque los bosques estén de luto; el día en que, cualquiera que sea la decoración, rico salón, modesta boardilla, alegre primavera, triste invierno, la comedia, siempre la misma, es siempre nueva desde hace cinco mil años, puesto que es el amor el director de escena; el día siempre corto que pasa como una hora y las horas como minutos; el día en que dos corazones, fundidos en uno solo no dejan escapar más que una palabra de pesar, la última: ¡Ya!...
Ni siquiera volvía atrás los ojos para romper más pronto con un pasado que me exasperaba. Y si hubiera podido deshacerme de mis recuerdos del colegio tan de prisa como me despojaba del uniforme, hubiera tenido seguramente en aquel momento, una incomparable sensación de independencia y de virilidad. Y ahora me preguntó mi tía algunas horas después, ¿qué piensas hacer? ¿Ahora? le repliqué.
El que en su espíritu, pues, se transporta á esos siglos pasados, contemplará esas creaciones maravillosas de los autos de Calderón, experimentando sentimientos iguales á los de la persona, que, provista de un anteojo de larga vista, recorre lejanos horizontes y cielos dilatados, en los cuales las nebulosas se transforman en soles, y surgen de las profundas tinieblas del firmamento mundos nuevos de un resplandor incomparable.
El héroe celebérrimo de esta guerra, el Gran Capitán, es también el protagonista de otro drama titulado Las cuentas del Gran Capitán, cuya copia es, sin duda, la de igual título de Cañizares. Entre sus escenas se distingue una incomparable, en que Gonzalo da sus descargos al requerírsele por el Rey que rinda cuentas de las sumas que se le han entregado.
Don Fernando de Godoy, Idos con Dios, y pensad Que, puesto que ya la muerte De mi hermano sucedió, Que más que á mí quise yo, Os estimo de tal suerte, Que trueco alegre y ufano, A mi suerte agradecido, El hermano que he perdido Por el amigo que gano. Esta escena es de una belleza incomparable.
Pero Lope el nuestro no le sigue, sino que le precede y lo iguala en la facilidad, lo excede en la suavidad, es superior naturalmente, incomparable en los desenlaces, admirable en sus figuras y alegorias, y en cuanto pertenece al arte natural.
En vez de asimilarse lo esencial y lo eterno de sus trabajos, nos hemos contentado con su forma puramente externa, copiándola, ó más bien parodiándola, con torpeza incomparable.
Este gracioso protagonista de la comedia, es uno de los más notables y divertidos de los infinitos de su clase que existen en el teatro español, y todas las escenas en que se presenta son de un cómico incomparable.
Es sensible y real; ve las bellezas de la naturaleza con una claridad incomparable y las refleja en estrofas felices, fáciles y armoniosas. ¡Fáciles!... He ahí el rasgo característico intelectual de los colombianos. No es posible imaginarse una espontaneidad semejante. Aturden, confunden.
A ella, con la turbación y desasosiego, se le cayó el tafetán con que traía cubierto el rostro, y descubrió una hermosura incomparable y un rostro milagroso, aunque descolorido y asombrado, porque con los ojos andaba rodeando todos los lugares donde alcanzaba con la vista, con tanto ahínco, que parecía persona fuera de juicio; cuyas señales, sin saber por qué las hacía, pusieron gran lástima en Dorotea y en cuantos la miraban.
Palabra del Dia
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