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Actualizado: 20 de junio de 2025


Comunicola a los apóstoles, y pasó de ahí a ejercitarse en los Concilios, a continuarse en los Obispos, y por medio de la Santa Sede Apostólica se delegó absolutamente a los Inquisidores Apostólicos, a cuyo Sagrado Tribunal, al impulso de tan logradas experiencias ha ido dando la Iglesia más amplia la autoridad y más soberanas sus veces.

La señora de Bray se había impuesto la tarea de casarlo: quimérica empresa, pues nada era más difícil que llevarle a discutir razonablemente sobre tales ideas. Su respuesta ordinaria era que ya había pasado la edad en que uno se casa por inclinación, y que el matrimonio, como todos los actos capitales y peligrosos de la vida, reclama un gran impulso de entusiasmo.

Al llegar cerca de la plaza echábanse a un lado los jinetes, dejando paso libre a las bestias, y éstas, con el impulso de su carrera y la rutina de seguir a los cabestros, metíanse en «la manga», callejón formado de empalizadas que las conducía a los corrales. Los garrochistas de afición felicitábanse por el buen éxito del encierro.

No llegaba su inocencia al extremo de ignorar a dónde se iba por donde ellos andaban con un mismo impulso y una sola voluntad. ¿Pensaba él que ya era hora de poner fin a aquella placentera jornada de su viaje y de emprender otra nueva y más agradable todavía? Pues bien pensado estaría.

Arrojando la espada, mi primer impulso fue correr hacia el herido y auxiliarle; pero Figueroa lleno de turbación, me dijo: Esto es hecho... Araceli, huye... no pierdas tiempo. El gobernador... la embajada... Wellesley. Comprendiendo lo arriesgado de mi situación, corrí hacia la muralla.

Pero cuando volvió el rostro para mirar una vez más hácia su casa, la casa donde se habían evaporado sus últimos ensueños de niña y se dibujaron sus primeras ilusiones de joven; cuando la vió triste, solitaria, abandonada, con las ventanas á medio cerrar, vacías y oscuras como los ojos de un muerto; cuando oyó el debil ruido de los cañaverales y los vió balancearse al impulso del fresco viento de la mañana como diciéndole «adios», entonces su vivacidad se disipó, detúvose, sus ojos se llenaron de lágrimas y dejándose caer sentada sobre un tronco que había caido junto al camino, lloró desconsoladamente.

Por impulso propio no había entrado jamás en una librería a comprar alguna. No sólo era aficionado a leerlas, sino lo que aun es más raro, se enternecía notablemente con ellas. Porque guardaba en su pecho un gran fondo de sensibilidad. Era una flaqueza de su organismo, lo mismo que el asma y el reuma. Las desgracias del prójimo, la miseria, le compadecían extremadamente.

Cuando una de sus compañeras se lo explicó detalle por detalle, la pobre muchacha se puso como la grana y su primer impulso fue decir que renunciaba a ser cómica, pero le dio vergüenza avergonzarse. Volvió a su casa malhumorada, se encerró en su cuarto y estuvo llorando hasta la hora de tornar al teatro.

El principio de Descartes es la anunciacion de un simple hecho de conciencia; el de contradiccion es una verdad conocida por evidencia; y el otro es la afirmacion de la legitimidad del criterio de la evidencia misma; es una verdad de reflexion que expresa el impulso intelectual por el que somos llevados á creer verdadero lo que conocemos con evidencia.

Mauricio tuvo tal acceso de alegría, que saltó al cuello de Fortunato, pero éste dijo sonriendo y defendiéndose mal del apretón: ¡No es á mi á quien debes abrazar, majadero! Y les impulsó el uno hacia el otro. Por primera vez Mauricio, cogiendo á Herminia en los brazos, la estrechó contra su corazón y desfloró con sus labios aquella rubia cabellera.

Palabra del Dia

rigoleto

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