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Actualizado: 17 de julio de 2025
Arrebatábanse los viajeros el papel impreso, ansiosos de enterarse de las noticias de su país, como si temiesen que durante su aislamiento en el mar hubieran ocurrido los sucesos más extraordinarios. Después subieron corredores de los hoteles de Buenos Aires y agentes de empresas de transportes, ofreciendo sus servicios.
Su ciencia era su fe religiosa, y ni para rezar necesitaba breviarios ni florilogios, pues todas las oraciones las sabía de memoria. Lo impreso era para él música, garabatos que no sirven de nada. Uno de los hombres que menos admiraba Plácido era Guttenberg. Pero el aburrimiento de su enfermedad le hizo desear la compañía de alguno de estos habladores mudos que llamamos libros.
Doña Cristina se había irritado muchas veces por no poder alegar ninguna falta contra aquel hombre que vivía tranquilo, sin acordarse de la religión, cerrando su casa á los ministros de Dios. De aquella carta pecadora le había quedado el principio impreso en la memoria: «Mon gros loup cheri». ¿Qué querría decir esto?
Tomó uno de ellos, y al ir a llenar los claros del impreso, se quedó pensativo, mordiendo el mango de la pluma, como poeta que no halla consonante. ¡Qué animalucho tan despreciable es el hombre! Cuando Cristeta le abrió los brazos no vaciló en poseerla, y ahora llevaba una eternidad pensando si habían de ser diez o veinte. ¡Ah, mujeres!
De las loas y entremeses nada podemos decir, careciendo de datos. Sólo se ha impreso una pequeña parte de las obras de Lope.
Para cerciorarse de ello no hay más que echar una ojeada á su folleto titulado Nuevas luces acerca de las causas generadoras de la guerra del Peloponeso, impreso en los tórculos de Oviedo hacía ya bastantes años. No eran muchos, desgraciadamente, los que lo habían leído por completo.
Y en cuanto a la educación de vuestra hija..., ¿qué he de deciros? Yo tengo para mí que el mejor colegio para una niña es una buena madre; especialmente cuando la niña, como la vuestra, se ha envuelto en toscos pañales y no conoce otras grandezas que las que Dios ha impreso en sus obras.
Yo estaba, sin embargo, decidido a efectuar dos cosas: primero, recuperar el objeto más precioso del millonario, el cual me lo había legado junto con la orden expresa de recordar esa copla extraordinaria, que se había impreso en mi mente; y segundo, hacer averiguaciones secretas sobre este extranjero desconocido, que tan repentinamente había aparecido tomando parte en el asunto.
El año de 1744 se contaban en los treinta pueblos que hay al presente 84.606 almas, según se hallan numeradas en un mapa de esta provincia impreso en Viena.
Contenía un artículo de fondo impreso en letra grande del doce, titulado Nuestros propósitos. Aunque estaba firmado por La Redacción, era debido únicamente a la pluma de don Rosendo.
Palabra del Dia
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