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Su placer y su orgullo habían sido pensar, creer, proceder como el ser amado pensaba, creía y procedía. Lo único que le importaba, sobre todas las cosas, era su aprobación. Su pensamiento había sido su guardia y su tutela.

A Bermúdez no le importaba un rábano tragarse delante de don Claudio Fuertes cuantas bravatas había echado por la boca en cierta ocasión, a trueque de ver a su hija satisfecha.

Yo estaba resuelta á ignorarlo todo siguió diciendo . Tenía un consuelo: mi hijo. ¿Qué me importaba lo que hicieses?... Estabas lejos y mi hijo vivía á mi lado... ¡Y ya no lo veré más!... ¡Mi destino es vivir eternamente sola! sabes que no puedo ser madre otra vez; que estoy enferma y no puedes darme otro hijo... Y eres , ¡! quien me ha quitado el único que tenía...

Esta idea que no aplicaba con entera fe a los demás, la creía evidente en lo que a ella misma le importaba; estaba segura de que Dios le daba de cuando en cuando avisos, le presentaba coincidencias para que ella aprovechase ocasiones, oyese lecciones y consejos.

Juan confesó el delito con altanería y se dispuso a purgarlo con valor. ¿Qué le importaba morir? Su crimen fue salvaje, porque lo aconsejaron el deseo frustrado y la razón escarnecida, pero su causa era justa. El delincuente se consagró mártir. Otros tan desdichados como él vendrían detrás.

Nada le importaba que el cordillerano tuviese su carabina pronta sobre las rodillas.

Mi tío decía que tienes modestia y una delicadeza natural que es lástima no haya sido cultivada. ¿Tu delicadeza te impedía venir a reclamar lo que por la misericordia de Dios habías ganado? No hay más sino que tiene razón mi tío.... ¡Cómo estaba aquel día el pobre señor!... decía que ya no le importaba nada morirse.... ¿Ves ?, todavía tengo los ojos encarnados de tanto llorar.

En cuanto supo que América peleaba para hacerse libre, vino a América: ¿qué le importaba perder su carrera, si iba a cumplir con su deber?: llegó a Buenos Aires: no dijo discursos: levantó un escuadrón de caballería: en San Lorenzo fue su primera batalla: sable en mano se fue San Martín detrás de los españoles, que venían muy seguros, tocando el tambor, y se quedaron sin tambor, sin cañones y sin bandera.

Además, señalaba al hermano, sentado a dos pasos de ellos, mostrándoles la espalda, mientras intentaba asombrar al chófer con su vasta erudición en marcas de automóviles. Pero Nélida levantó los hombros. ¡Lo que le importaba aquel tonto! ¡Ojalá arreglase Dios las cosas de modo que cayese del asiento y las ruedas lo convirtiesen en papilla!...

Y aunque de vez en cuando le clavaba una larga mirada amorosa para indemnizarle, Raimundo la consideraba como una limosna, el mendrugo que se arroja a un pobre para que no se muera de hambre. ¡Qué le importaba a él en aquel instante hallarse en la superficie o en el centro de la tierra, ni aun que ésta se hundiese y le aplastase como un insecto!