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Actualizado: 10 de julio de 2025


De la desvergonzada Zaluka, de la sagaz Cleopatra, cualquiera triunfa, porque el hombre se deleita tanto en humillar la soberbia como en poseer la belleza, pero ¿quién es capaz de permanecer insensible ante la enamorada humilde y suplicante? Ignoro cuánto tiempo tendré que estar en Madrid o en París dijo don Juan . No dónde iré...; en fin, no me voy del mundo.

Para la suya dexaron algunos en seco, para que quando fuese menester pudiese salir y escaramuzar por lo enjunto y firme; sucedióles bien la traza, porque el Duque al otro dia vino con todo el exército, tan poderoso, que fué ocasion, de su descuido en advertir los ardides del enemigo, y les pareció que solo el lucimiento de sus armas y galas bastaba para humillar sus enemigos.

Además y aquí enrojecía vivamente , la proporcionaba cierta satisfacción humillar a sus amigas, que rabiaban viendo el gran número de sus pretendientes. Ella estaba agradecida a los atlots que venían a verla de grandes distancias a Can Mallorquí. ¿Pero quererlos? ¿casarse con ellos?... Había acortado su paso al hablar.

Y sobre el contento y la satisfacción de amor propio que por enamorar a tan bella e ilustre dama se prometía, hubo de prometerse también desbancar y humillar a aquel castellano intruso, a quien sin saber porqué, puede ser que por envidia, había cobrado odio desde que le vio por vez primera. Pedro Carvallo, no obstante, distó mucho de conseguir su propósito.

Ella volvió a humillar los ojos, cogiendo en su turbación una punta del delantal y subiéndola hasta su pecho... No sabía. Su voz ceceaba infantilmente a impulsos de un avergonzado aturdimiento. No tenía ganas de casarse. Ni el Cantó, ni el Ferrer, ni nadie. Había aceptado el cortejo porque todas las muchachas hacían lo mismo al llegar a cierta edad.

Había por entonces en Madrid un señorito rico, aunque no tanto como Pepe, que rivalizaba con él en aquella estúpida vida de ostentación y vanagloria: me había requebrado con frecuencia, estaba segura de que en cuanto yo quisiera, por gusto de humillar a mi amante le tendría a mis pies.

Este entre tanto, rojo de vergüenza, se levantó y murmuró ininteligibles escusas. Consideróle por un momento el P. Millon como quien saborea con la vista un plato. ¡Qué bueno debía ser humillar y poner en ridículo á aquel mozo coqueton, siempre bien vestidito, la cabeza erguida y la mirada serena!

Cuando, a orillas del mismo Salto, me narraron la hazaña, cerré los ojos bajo un secreto terror y sentí algo como antipatía por dicho señor Cuervo, a quien no reconozco el derecho de humillar de esa manera a sus semejantes. Llegó el momento del regreso y emprendimos la vuelta con un cansancio extremo.

Y su condición de dama se probaba en que después de haber hecho todo lo posible, en la primera parte de la visita, por mostrar cierta severidad de principios, juzgó en la segunda que venía bien caerse un poco del lado de la indulgencia. El verdadero señorío jamás se complace en humillar a los inferiores.

Sus chistes brutales, lo mismo caían sobre los hombres que sobre las señoras. Gozaba en la ostentación bárbara de su fuerza. Si aquellos sus devotos admiradores se dejaban humillar tan pacientemente no dándoles nada, ¿qué no sucedería si repartiese entre ellos sus millones, si el becerro de oro comenzase a vomitar monedas?

Palabra del Dia

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