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Simoulin se mostraba insensible á las malas noticias. Eran, según él, invenciones de los enemigos. Pero ¡ay! la realidad se encargó de despertarle un día, con rudo manotazo. Los alemanes se habían extendido por Bélgica é iban á pasar de un momento á otro la vecina frontera, entrando en Francia. Muchos vecinos de la ciudad huían.

Por un segundo se abandonó, desfallecida, a esta imaginación de Julio que sobrevenía para salvarla de Muñoz. Y ambos huían de la pobre Laura. Pero luego estrujó el papel con impaciencia y sonrió con angustia. Raquel se retorcía las manos, consternada. ¡Déjala ir! Si supieras, Raquelita, qué inútil sería también esta carta. A Muñoz no podrás quererlo nunca.

La gran explanada del monte estaba sembrada de heridos y de muertos. Iban recogiéndolos en camillas. Todavía seguía la acción, pero poco después una columna de ejército avanzaba por el monte por otro lado, y los carlistas huían a la desbandada hacia Francia. Fueron Martín y Catalina en su carricoche a Saint Jean Pied de Port.

Morsamor y los suyos vieron con sorpresa que sus contrarios, en confuso desorden, huían a la desbandada, tiraban las armas para correr con mayor ligereza y buscaban refugio y escondite en lo más intrincado del bosque, ya que no en las entrañas de la tierra. ¿Qué poder misterioso acudía en auxilio de Morsamor? No tardaron en aparecer los imprevistos auxiliares. Venían en ligeros caballos.

Con estos i otros castigos siguió la Inquisicion esparciendo el espanto por Andalucía: de tal manera que las gentes huian á las tierras estrañas, temerosas i con razon de los bestiales é inhumanos hechos cometidos tan sin contradiccion por los jueces del tribunal, llamado Santo.

22 Y David dejó de sobre la carga en mano del que guardaba el bagaje, y corrió al escuadrón; y cuando llegó, preguntaba por sus hermanos, si estaban buenos. 24 Y todos los varones de Israel que veían aquel hombre, huían delante de él, y tenían gran temor. 25 Y cada uno de los de Israel decía: ¿No habéis visto a aquel varón que sube? El sube para deshonrar a Israel.

El ojo único se fué cubriendo de lágrimas. Todos huían. Hasta los criados le contemplaban á distancia, buscando ocultarse cada uno detrás del compañero, queriendo escapar y avanzando la cabeza al mismo tiempo, con una expresión doble de curiosidad y repugnancia.

Hasta los pájaros huían de aquellos campos de muerte, tal vez por temor á los animaluchos que rebullían bajo la maleza ó por husmear el hálito de la desgracia.

Levantáronse ambos despavoridos, y recogiendo en la cesta la comida, pensaron en ponerse en salvo. La dama cogió por el brazo a su caballero y le dijo: «Vámonos, que nos matan». Trepando difícilmente por el declive pedregoso, cayendo y levantándose a cada instante, cogidos del brazo, las cabezas gachas, huían del formidable tiroteo.

Más allá de aquella escena de destrucción numerosos grupos de gentes aterrorizadas que huían á todo correr, ansiosos de alejarse cuanto antes de la funesta torre y de sus temibles defensores. ¡Una salida, Duguesclín! gritó el barón. Aprovechemos su confusión para salir de aquí y huir si posible es.