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Actualizado: 25 de julio de 2025
Una de las muchachas bajó a la cueva, y en el mismo instante otras personas entraron en la taberna: un vendedor de almanaques de las cercanías de Estrasburgo, un guía de Sarrebrück, que iba de blusa, y dos o tres vecinos de Mutzig, de Wisch y de Schirmeck, que huían con sus rebaños y que no podían más a fuerza de gritar.
El Morenito, que ya pasaba de los cuarenta, sentía cierto respeto por don Isidro, «un señorito como Dios manda, y no como los otros fantasiosos que huían de tratarse con los pobres».
Los agresores huían, se desbandaban, y arrepentidos de su hazaña al verse solos, pensaban aterrados, con el fácil cambio de impresiones de la infancia, en aquel pájaro que lo sabía todo y en lo que les guardaba don Joaquín para et día siguiente. Mientras tanto, los tres hermanos seguían su camino rascándose las descalabraduras de la lucha.
El papel le perseguía, le rodeaba; había nacido para ser su siervo. ¡Siempre el papel, negro de tinta, acosándolo, cerrándole el camino! Mientras tanto, el pan y el bienestar huían de él, yéndose en busca de los brutos. Con la cólera que le inspiraban estos pensamientos, arrojó en el triste rescoldo un volumen, el primero que halló a mano.
Ahora lo oportuno es hacer fuego, antes de que huyan. Apuntando con gran cuidado hicieron fuego simultáneamente. Dos aves, heridas de muerte, cayeron al suelo, mientras las otras, espantadas por la detonación, huían como un grupo de flores.
El grande y fuerte Toribión escucha estas palabras y sin responder abandona prontamente aquel sitio y se precipita al paraje en que Celso peleaba con gloria imperecedera. Delante de él huían los mozos de Entralgo y Villoria como los corzos al aproximarse el cazador.
Luego, en los meses de estío, huían á sus casas de la montaña los guardianes de las ruinas, los jornaleros de las excavaciones, cediendo el campo á los reptiles é insectos de los campos pantanosos.
Con el gesto grave y respetuoso de un servidor nacido en la casa y ligado a la señora por el afecto, dábala el brazo al bajar y subir las escaleras, y la acompañaba a las iglesias, buscando los mejores sitios para que gozase con toda comodidad de las místicas ceremonias. Los parientes de la anciana huían de su casa, ofendidos por el maternal afecto con que distinguía al estudiante.
Los más pacíficos huían por las sendas, volviendo atrás la cabeza con malsana curiosidad; los demás seguían inmóviles, puestos á la defensiva, capaz cada uno de despedazar al vecino sin saber por qué, pero no queriendo ser el primero en la agresión.
Los villanos á este tiempo ya habian vuelto las espaldas y desamparado el puesto que se les encargó, y tras ellos muchos soldados de quien Miguel tenia alguna confianza, y así se vió en un punto sin pelear vencido. Perdió el guion, y aunque con voces, y ruegos procuró detener los que huian, no fué oido ni creido.
Palabra del Dia
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