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Actualizado: 22 de junio de 2025
La sociedad mallorquina, encerrada en sus preocupaciones tradicionales, como un molusco en sus valvas, y enemiga por instinto de las novedades de París, indignóse ante este escándalo. ¡No eran casados!... ¡Y ella escribía novelas que espantaban por su audacia a las gentes de bien!... La curiosidad femenil quiso conocerlas, pero en Mallorca sólo recibía libros don Horacio Febrer, el abuelo de Jaime, y los pequeños volúmenes de Indiana y Lelia propiedad de aquél corrieron de mano en mano sin que los lectores los entendiesen. ¡Una mujer casada que escribía libros y vivía con un hombre que no era su marido!...
Contra el precepto de Horacio, empezaré ab ovo. Todos somos unos. Todos somos hijos de Adán y hermanos por consiguiente. Pero ocurrió lo de la Torre de Babel y los hombres se dispersaron. Unos se largaron por un lado, otros se largaron por otro, y se formaron muy diversas tribus, razas ó castas.
¡Miserias, madó Antonia! dijo el señor en el mismo lenguaje . Todos huyen de los pobres, y el mejor día, si ese tuno no trae lo que nos debe, tendremos que comernos uno a otro, lo mismo que si fuésemos náufragos. La vieja sonrió: «El señor siempre alegre.» En esto era un vivo retrato de su abuelo don Horacio, eternamente serio, con una cara que metía miedo, ¡pero diciendo unas cosas!...
En una palabra; la pintura de Horacio Vernet, es un arte que llora junto á un muerto; es un arte que llora, y el arte que llora no es el arte gentil, ni protestante, ni revolucionario. El arte gentil rie. El arte protestante disputa. El arte revolucionario quema.
Hasta los 40 años, desde los nueve en que escribió El verdadero amante, observó este precepto de Horacio. Si bien compuso comedias que en 24 horas pasaron de las musas al teatro, tenía en cuenta la crítica poco ilustrada de los espectadores; sin embargo, dice muchas veces que no las conceptuaba dignas de darse á la prensa antes de someterlas á una revisión más cuidadosa.
Como demostración de ser Racine poeta mucho más sublime que Shakespeare, hace á la primera escena de la tragedia inglesa la siguiente observación: «Horacio, que es hombre de estudio, no debía creer los disparates que dice, ni los que añade Marcelo acerca de los espíritus, las brujas, los encantos y los planetas siniestros; pero todo esto va dedicado al populacho de Londres, á quien Shakespeare quiso agradar contándole patrañas maravillosas.» El poeta dramático no ha de adular la ignorancia pública: su obligación es censurar los vicios é ilustrar el entendimiento; dice, además, que Polonio sólo sirve para héroe de un sainete; que la escena del cementerio es tan vulgar, que apenas sería soportable en la poesía más rudimentaria, etc., etc.
Se dice que el arte de Vernet es una escuela puramente social, profana, protestante: ¡No! ¡Mil veces no! Eso sólo puede decirlo la ignorancia, ó el odio, ó la calumnia. La pintura de Horacio Vernet no sólo es un arte atrevido, fecundo, armonioso, patético, ardiente, sino un arte maduro, pensador, ferviente, religioso, religiosísimo.
Un gran renovador de la humanidad, un poderoso artista de la historia, eso es lo que vimos ayer en Versalles; ese es Horacio Vernet. Para el pintor del Asia, la pintura era un ídolo. Para el pintor de Grecia, una Vénus, un héroe, unas bodas. Para el pintor de Esparta, un guerrero. Para el pintor feudal, un señor ó un fraile. Para el pintor del renacimiento, un rey ó un santo.
Y como en viento su invención consiste, En ocho días, y en menor espacio, Conforme su caudal la adorna y viste. ¡Oh, quán al vivo nos compara Horacio A los sueños frenéticos de enfermo Lo que escribe en su triste cartapacio!
Estos podéis tener por aforismos Los que del arte no tratáis antiguo, Que no da más lugar agora el tiempo; Pues lo que le compete los tres géneros Del aparato que Vitrubio dice, Toca al autor, como Valerio Máximo, Pedro Crinito, Horacio en sus epístolas, Y otros los pintan con sus tiempos y árboles, Cabañas, casas y fingidos mármoles.
Palabra del Dia
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