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Actualizado: 27 de octubre de 2025
Este palacio, dice un historiador antiguo, estaba cercado de grandes estanques, fuentes y verjeles; las labores de sus techos eran iguales a las que se ven todavía en la Torre de Comares o Comaresch. De esta mansión es de quien canta el romance morisco: .......... .......... Los otros los alijares labrados a maravilla.
Aquí dio fin Cardenio a su larga plática y tan desdichada como amorosa historia. Y, al tiempo que el cura se prevenía para decirle algunas razones de consuelo, le suspendió una voz que llegó a sus oídos, que en lastimados acentos oyeron que decía lo que se dirá en la cuarta parte desta narración, que en este punto dio fin a la tercera el sabio y atentado historiador Cide Hamete Benengeli.
-Así es -replicó Sansón-, pero uno es escribir como poeta y otro como historiador: el poeta puede contar, o cantar las cosas, no como fueron, sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna.
Esta regla puede tambien extenderse á aquellos que exâminan los hechos pasados, y para eso se valen de medallas, inscripciones, y historias; porque un hombre solo que sepa bien distinguir los monumentos antiguos y verdaderos de los que se han fingido en nuestros tiempos, y que conozca el caracter de cada historiador, para distinguir lo que es propio de cada uno, ó lo que es intruso, y sepa usar de las reglas de la Lógica, será de mayor autoridad que otros mil que ignoren todas estas cosas, ó la mayor parte de ellas.
En cambio el historiador ni crea a sus personajes, ni posee una llave mágica para penetrar en su corazón, para escudriñar los aposentos de su cerebro, y para descubrir y mostrarnos sus intenciones, sus sentimientos y sus propósitos.
Esta fué la visita del grave historiador francés á la capital de Andalucía, y los estudios que para su famosa obra del Consulado y el imperio hizo en ella. La inauguración del teatro de San Fernando fué un verdadero acontecimiento, y al recuerdo de aquella gran temporada de 1847-48, bien merece que dedique algunas líneas antes de terminar este libro.
Casi me atreveria á decir que esta regla, por lo comun tan descuidada, es de las que deben ocupar el lugar mas distinguido. Claro es que no podemos saber qué medios tuvo el historiador para adquirir el conocimiento de lo que narra, ni el concepto que debemos formar de su veracidad, si no sabemos quién era, cuál fué su conducta, y demas circunstancias de su vida.
Esto que en sí es muy bueno, tiene otro inconveniente, cual es, que en lugar de la verdadera filosofía de la historia se nos propina con frecuencia la filosofía del historiador. Mas vale no filosofar que filosofar mal; si queriendo profundizar la historia la trastorno, preferible seria que me atuviese al sistema de nombres y fechas.
Sin contar con que Bonifacio, menos instruido todavía que su historiador, ni de propósito hubiera podido dar con ciertas frases que aquí suelen usarse para interpretar aproximadamente las tribulaciones de su espíritu. Fuera como fuera, la Gorgheggi no despertó con todo aquel ruido.... psicológico de su querido.
Lo repetimos: la Catedral es un museo, un archivo, una biblioteca inmensa, donde el artista, el poeta, el arqueólogo, el historiador, todos los que aman el pasado, encontrarán inagotables tesoros. Pues si la consideramos ya como edificio, como obra de arquitectura, como templo gótico, ¡qué nuevas maravillas, qué riqueza, qué grandiosidad, qué excelsitud!.....
Palabra del Dia
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