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Actualizado: 28 de junio de 2025


Entre el hipo de los sollozos, la señora articuló: ¿Sabes? lo que ha dicho Angela... es la verdad... ¡la terrible verdad! La joven, sin comprender, exclamó: ¿Que nos vamos a la estancia? ¡Mejor! ¿Y eso te aflige tanto? La madre volvió a besarla largamente. ¡Qué inocente era!

Sería... un león». «¡Ca!». «Pues sería... un elefante». «¡Caaa!». «Sería... lo que usted guste, caramba». «¡Una sota de bastos, señor de Castrelo! ¡Era una sota de bastos!». Minutos de no entenderse. El ratón reía con una especie de hipo agudo; el señorito de Limioso, ronca y gravemente; el cura de Boán, no sabiendo cómo desahogar el regocijo, pateaba en el suelo y abofeteaba a la mesa.

Se... se... señora doña María de mi alma dijo el ayo con voz trémula y cierto hipo producido por su gran zozobra y la lucha que diversos sentimientos sostenían sin duda entonces en su pobre alma yo no puedo callar más... Mi conciencia no me lo permite. Yo... hace cuarenta años que co... co... como el pan de esta casa... y no puedo... No pudiendo seguir, prorrumpió en llanto copiosísimo.

Hecha Lucía un ovillo en la esquina del departamento, sollozaba sin amargura, con algún hipo, con vehemente llanto de niña inconsolable.

¡Pobrecilla! con las manos, deformadas horriblemente por los sabañones, restregábase los ojos, haciendo ese hipo lastimero del niño que va a llorar; Quilito, compadecido, la acarició los pelos cerdosos, irreductibles a la disciplina de la peineta.

El rey dió un cariñoso abrazo á los dos vagamundos. Fué cosa de ver su partida, y el ingenioso modo con que los izáron á ellos y á sus carneros á la cumbre de las montañas. Habiéndolos dexado en parage seguro, se despidiéron de ellos los físicos; y Candido no tuvo otro hipo ni otra idea que ir á presentar sus carneros á la baronesita.

Pero ella no podía contestar, sofocada por el llanto, hasta que por fin, con las palabras sacudidas por un hipo doloroso, comenzó a hablar, abatida, inerte, ocultando en un hombro de su amante su rostro bañado en lágrimas. No podía más; el martirio resultaba abrumador, le era imposible fingir por más tiempo. Conocía como él lo que hablaban en la ciudad de aquellas entrevistas.

D. Álvaro Montesinos yacía en la cama, más bien reclinado que extendido, con una pila de almohadas detrás de la espalda; yacía presa de un síncope o ataque de disnea, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, sacudido de vez en cuando su mísero tórax por un hipo aciago. No había a su lado más que D.ª Eloisa y una criada.

Ulises encontró al poeta flaco y amarillento, sumido en un sillón, con la barba luenga y blanca, un ojo casi cerrado y el otro enormemente abierto. Al ver al marino, ancho de pecho, forzudo, bronceado, Labarta se echó á llorar con un hipo infantil, como si llorase sobre la miseria de las ilusiones humanas, sobre la brevedad de una vida engañosa que necesita el oleaje de la continua renovación.

Ignoro qué suerte será la mía, pero lo que me importa es tu tranquilidad. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Se dejó caer de bruces en el diván, ocultando el rostro entre los brazos, mientras un hipo de llanto estremecía las adorables sinuosidades de su dorso. Ulises, conmovido por este dolor, admiró al mismo tiempo la perspicacia de Freya, que adivinaba todas sus ideas.

Palabra del Dia

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