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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Comprendo lo furiosa que doña Inés se pondría, y más aún al sospechar que don Paco pudiera casarse conmigo, porque doña Inés quiere heredar o que hereden sus hijos los ahorros y las finquillas que don Paco va reuniendo, para lo cual importa que don Paco no se case, o bien que se case con una hidalga viuda que yo me sé y que le daría cierto lustre aristocrático, y de seguro no le daría hijos, porque está ya pasada y huera, y el caso de Abrahán y de Sara no se repite.»
Y junto con todo esto, una corrección hidalga, que le acompañaba hasta en los menores actos de su vida, una rectitud señoril y bondadosa que parecía ennoblecer su rimbombante mediocridad intelectual. Ojeda le había admirado hasta los veinte años, dándole preferencia en sus afectos sobre la madre buena, dulce e insignificante.
Provenía don Restituto de una familia humilde de la Montaña, y en este accidente del nacimiento fundaba su crédito a cierta nobleza titular, pues para él todos los montañeses llevan algo de sangre hidalga. Había ido de niño a Cuba, y allí, en treinta años de reclusión y trabajos forzados, había amontonado un fortunón.
Y cuéntase desta buena moza que jamás dio semejantes palabras que no las cumpliese, aunque las diese en un monte y sin testigo alguno; porque presumía muy de hidalga, y no tenía por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la venta, porque decía ella que desgracias y malos sucesos la habían traído a aquel estado.
El amor propio, no obstante, es ingeniosísimo, estando casi siempre su ingenio en razón inversa del ingenio de las personas; por donde D. Casimiro imaginó pronto que en su alma había de haber tan escondidos tesoros de bondad y de belleza, y que en sus modales y porte habían de transcender tal distinción hidalga y tal elegancia ingénita, que, descubierto todo por los ojos zahoríes de Doña Blanca, bastó y sobró para que ella ansiase tener á D. Casimiro por yerno.
La capa de mendigo EN los viejos tiempos católicos y caballerescos, el mendigo era hermano del mismo rey. Tenía una altivez hidalga, y llevaba al cinto el bote de la guiropa, y arrastraba su tabardo harapiento con el orgullo de un manto real. Buscad vuestros pobres en otra parte, que yo no puedo volver hubo de decirle un mangante a un caballero que no halló a mano una moneda que darle.
Salióse en esto Teresa fuera de casa, con las cartas, y con la sarta al cuello, y iba tañendo en las cartas como si fuera en un pandero; y, encontrándose acaso con el cura y Sansón Carrasco, comenzó a bailar y a decir: ¡A fee que agora que no hay pariente pobre! ¡Gobiernito tenemos! ¡No, sino tómese conmigo la más pintada hidalga, que yo la pondré como nueva!
Palabra del Dia
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