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Hallé á la señorita Helouin sola en el castillo. Le llevaba un trimestre de su pensión; pues si bien por mis funciones soy, en general, completamente extraño al orden y disciplina interiores de la casa, las señoras han deseado, sin duda por miramientos á la señorita Carolina y á , que sus sueldos y los míos sean excepcionalmente pagados por mismo.

Reprimiendo lo mejor que pude estas sublevaciones del falso orgullo, ofrecí mi brazo á una joven pequeña, pero bien formada y graciosa, que quedaba sola atrás de los convidados, y que era como lo supuse la señorita Helouin, la institutriz. Mi asiento en la mesa estaba señalado cerca del suyo.

Es indudable que el mayor número de desgraciadas criaturas á quienes sus necesidades y talentos, obligan á profesar este empleo, tan honorable en , no escapan sino por la moderación de sus sentimientos, con la ayuda de Dios, ó por la firmeza de sus principios, á las deplorables agitaciones de que no había podido garantirse la señorita Helouin; pero la prueba es temible.

En cuanto á , sumamente irritado contra este insaciable tragador de corazones, me hice un placer en contrariar sus proyectos: más de una vez distraje la atención, que trataba de monopolizar, y me esforcé, sobre todo en aminorar en el corazón de la señorita Helouin aquel amargo sentimiento de abandono y aislamiento, que da en general tanto precio á los consuelos que le son ofrecidos. ¿He ultrapasado alguna vez, en el curso de esta lucha indiscreta, la medida delicada de una protección fraternal?

Saludé á las señoras con toda la naturalidad de que puedo disponer. No hubo, bien entendido, ninguna explicación. La señora de Laroque parecióme conmovida y pensativa; la señorita Margarita algo vibrante aún, pero política. En cuanto á la señorita Helouin, hallábase muy pálida y mantenía los ojos inclinados sobre su bordado.

A la verdad, la señorita Helouin podía temer, cediendo á su resentimiento, volver á colocar la mano de la señorita Margarita en la del señor Bevallan y apresurar su casamiento, que sería la ruina de su propia ambición; pero yo sabía que el odio de una mujer no calcula nada y que se atreve á todo. Esperaba, pues, de su parte, la más pronta y la más ciega de las venganzas, y tenía razón.

La señorita Helouin podía decirse en verdad, que la víspera se había dado fe, bajo su sola palabra, á denuncias mucho más falsas; pero no ignoraba, que una mentira que adula ó hiere el corazón, halla crédito más fácilmente que una verdad indiferente.

Y la jovencita Helouin por el mismo camino continuó la señorita de Porhoet. ¡Dios mío! ¿qué es lo que pasa? dije, arrojando un grito de sorpresa.

Entretanto, sobre el nombre de Mervyn, que la señorita Margarita había dado á su guardia de Corps, mi vecina de la izquierda, la señorita Helouin, se lanzó á toda vela en el cielo de Arturo, y quiso enseñarme que Mervyn era el nombre auténtico del célebre encantador que el vulgo llama Merlín.

Es usted un verdadero amigo. . ¿Pero un amigo cómo? Verdadero, como usted lo ha dicho. Un amigo... que me ama... Sin duda. ¿Mucho? Seguramente. ¿Apasionadamente? No. A este monosílabo que articulé muy secamente y apoyé con una firme mirada, la señorita Helouin arrojó vivamente su ramito de azahares y abandonó mi brazo.