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Actualizado: 9 de junio de 2025
Ella marchaba al mismo paso que yo, con una agilidad de campesina; en sus miradas se expresaba alternativamente la timidez, la audacia y el enfado. El día estaba gris, el mar lleno de bruma; el viento silbaba entre los árboles, agitando las hojas rojizas de las hayas que aun quedaban en las ramas y las copas negruzcas de los pinos. Grandes gotas de agua sonaban en la hojarasca seca.
«Pues yo sé una cosa que tú no sabes, aunque quizás lo presientes, y que seguramente sabrás muy pronto. Quizás hayas empezado a notar algún síntoma; pero aún tu espíritu no tendrá más presentimientos de este gran suceso». La miraba de tal modo, que ella empezó a asustarse. ¿Qué sería, Dios, qué sería?
¿A que sí?... No tires... Pues da señas... ¡Es una cosa muy rica! ¡muy rica! ¡muy rica! ¿Que se come? Pues claro... siendo muy rica... ¿Dónde la hay? La comen los señores... Eso no vale, ¡so tísica! ¿qué sé yo lo que comen los señores? Pues alguna vez puede ser que la hayas visto. ¿De qué color?
Perdona; me expliqué con torpeza. Yo no creo, ni puedo creer que hayas aconsejado á tu hija contra tu conciencia; pero sí puedo creer que en tu entendimiento cabe error, y que, llevada tú de algún error, induces á tu hija á dar un paso deplorable.
Haz cuenta que estás a mi lado y que te hablo muy seria. ¿No hemos repetido ambos hasta la saciedad que debíamos sernos leales? Pues no merece perdón que por desconocer mi cariño me hayas ocultado las contrariedades que te ocasiona tu hermano.
TERPSY. ¡Es cierto...! ¡Me abandonaste cochinamente hace veinte años...! ¡Pero tuve tiempo de perdonarte...! ¡Te di los mejores años de mi juventud, bandido...! ¡Y no lo siento...! ¡Quia...! ¡Cuánto me alegra que hayas venido...!
Hemos estado en la misma Peña Mayor; pero antes de llegar allá necesitamos atravesar bosques espesos de hayas, donde se deja en pedazos la ropa y hasta la piel, senderos labrados en la roca sobre negros abismos, donde un tropezón cuesta la vida, y puentes rústicos, formados á veces de un solo tronco de árbol, que por maravilla no se va uno cien veces al torrente.
Soy risueño, despreocupado y franco: vivo sin misterios y tomo la vida tal como es. Allá en mis mocedades he leído mucho; pero una sola lectura me ha aprovechado de todas las que he hecho: ahí está junto a la cabecera de la cama: Rabelais. Cuando tengas mi edad y hayas corrido el mundo, verás que tenía razón: es el único libro que ayuda a bien morir, por eso lo abominan los jesuitas.
Y al decir esto corrió hacia una de las hayas que bordeaban el camino y prosiguió, rodeando casi con uno de sus brazos el robusto y argentado tronco: Un árbol sano y hermoso es para mí como una persona, como un hermano y hasta a veces me entran ganas de besarle...
"Sin duda, dicen, esta noche lo deben de haber alzado y llevado a alguna parte. Señor alguacil, prended a este mozo, que él sabe dónde está." En esto vino el alguacil y echóme mano por el collar del jubón, diciendo: "Mochacho, tú eres preso si no descubres los bienes deste tu amo." "Bien está, dicen ellos; pues di todo lo que sabes y no hayas temor."
Palabra del Dia
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