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Actualizado: 22 de junio de 2025
Por fortuna, Judit no oyó las últimas palabras; porque en aquel instante el barón de Blangy, que iba detrás de ella, decía a su hermano: Ahí va Judit. ¿La amante de Arturo? Está loco por ella, y en camino de arruinarse... No lo extraño; yo haría lo mismo en su lugar. ¡Es guapísima! ¡Qué aire tan distinguido y qué fisonomía tan seductora! ¿Y qué me dices de ese talle tan elegante y tan gracioso?
Usted me permitirá que le diga una cosa, amigo Aldama... ¿Verdad que me lo permitirá...? Pues bien, su novia es muy guapa, es guapísima..., yo no he encontrado nunca otra más guapa. ¿He dicho algo? ¿Eh, eh? ¿He dicho algo...? El marquesito con la faz congestionada y los ojos un poco extraviados hacía guiños maliciosos y metía su cara por la de Tristán.
Como una ola de admiración precedía al fúnebre cortejo; antes de llegar la procesión a una calle, ya se sabía en ella, por las apretadas filas de las aceras, por la muchedumbre asomada a ventanas y balcones que «la Regenta venía guapísima, pálida, como la Virgen a cuyos pies caminaba». No se hablaba de otra cosa, no se pensaba en otra cosa.
A los postres tenía las mejillas encendidas; los ojos, aquellos ojos incomparables, brillaban con fuego dulce y malicioso. Crean ustedes que mi mujer estaba guapísima en tales momentos. Tomábamos un coche y nos íbamos de paseo al Retiro. No quisiera marcharme de aquí me decía alguna vez . ¡Qué feliz soy! ¿Más que en el convento? le preguntaba riendo.
Hallábanse las dos solas en el balcón de la alcoba de Eulalia, y ya sonaban los clarines anunciando la proximidad del Rey, cuando Amalia, ¡plum!, le soltó el pistoletazo. «Tu marido entretiene a una mujer, a una tal Fortunata, guapísima... de pelo negro... Le ha puesto una casa muy lujosa, calle tal, número tantos... En Madrid lo sabe todo el mundo, y conviene que tú también lo sepas». Quedose yerta.
Si Mariquita, que así se llamaba, no era pura ni a juzgar por su aspecto podía ceñirse justificadamente la corona de azahar, en cambio estaba guapísima.
Don José se quedó lelo, frío, inerte, cuando oyó estas palabras, pronunciadas claramente por Isidora: «Todavía soy guapa..., y cuando me reponga seré guapísima. Valgo mucho, y valdré muchísimo más». Luego empezó a recoger tranquilamente algunas prendas de ropa que estaban arrojadas en diversos lugares de la estancia, y con ellas formó un lío.
Bajo los rasgos de lápiz azulado con que se agrandaba los ojos brillaba perpetua humedad de lágrimas. ¿Qué habría en su alma? ¿Laxitud de pecadora cansada o nostalgia de castidad atropellada? ¿Marcela? Guapísima, juguetona, sensual, elegante, mimosa y zalamera hasta el punto de aparentar que se entregaba ilusionada; pero... la codicia en persona.
Estaba ojerosa, pálida y muy abatida. Como D. Evaristo se preciaba de saber algo de medicina, tomole el pulso. «Si está usted como un reloj, hija. Si no tiene fiebre ni ese es el camino... ¡Bah!, coqueterías... un poco de rabietina y nada más. Y que está usted guapísima con ese pañolito, ya, ya. No se le ven ni el pelo ni las orejas.
Lo mejor es que tu madre te mira ya con buenos ojos... ¡Pues podía no! ¡Caramba, cómo te vas redondeando, y qué guapísima estás! Vaya, que da gusto mirarte. ¡Chica más precoz y más...! Mira, cuando entras por esas puertas, parece que asoma la primavera y que cantan los pajaritos en esta casa. ¡Si me sabrán a gloria tus visitas! ¡Dios te lo pague, hija mía!
Palabra del Dia
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