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Convengamos en que esto pone grima. ¿Es posible que el espíritu humano, por fértil que sea, tenga suficientes primores, novedades y lindezas que decir, para llenar tantos volúmenes, o habrá harto de repeticiones y de palabrería?

Si gran parte del público candoroso no cae en la cuenta de tamaña crueldad, y si el poeta mismo no tuvo la intención de ser tan cruel, son puntos que importa poco dilucidar, teniendo como tenemos el convencimiento de que la crueldad está en la obra. Y la crueldad pone grima.

Es tanta la espesura de las cañas, A las hay, que es cosa de gran grima: Y aunque dentro se crian alimañas, Estan tan encerradas como encima. Quien á cortar va cañas, por mil mañas Que tenga, á las veces se lastima, Con puas, con espinas, con abrojos, Y el mal sale mil veces

Por cierto estraña y nunca vista cosa, Despavilé la vista, y parecióme Verme en medio de una ciudad famosa. Admiración y grima el caso dióme, Torné á mirar, porque el temor ó engaño No de mi buen discurso el paso tome. Y dixeme á mi mismo: no me engaño.

Ni Alarico, ni Atila, ni Odoacro debían de tener aspecto más feo y siniestro ni producir más grima. Júzguese del efecto que causaría entre los vecinos tímidos cuando una temporada le dio por salir a caballo pasada la medianoche y recorrer las calles de la ciudad acompañado de un criado, caballero asimismo en otro corcel.

Todo esto lo explicó rápidamente Cristeta, añadiendo malhumorada: ¡Y la estatua... soy yo! Frunció don Juan el entrecejo, y exclamó, tirando los papeles sobre el diván: Da grima. ¡No haga usted eso! Tan claramente manifestó su desagrado, que Cristeta no pudo menos de sentir sorpresa.

Apenas hay muchacha que se deje acompañar de uno de su igual. El mozo ha de traer por lo menos corbata y hongo, y ha de fumar con boquilla... aunque no tenga plato en que comer. Ninguna se oculta ya para ir al obscurecer acompañada de algún señorito, y a la vuelta de las romerías da grima verlas venir colgadas del brazo de ellos cantando al alta la lleva... ¡Pobrecillas!

En suma, Emma se vio con bastante menos caudal que su padre, pero ella apenas lo supo casi, porque la daban jaqueca los papeles, síncopes los números y grima la letra de los curiales. Allá el tío, decía siempre que se trataba de intereses. Ella no entendía de nada más que de gastar.

El aspecto de la casa ponía grima: todo estaba como cuando tras larga enfermedad viene la muerte, causando momentos de perturbación y desorden: los cajones abiertos, revuelto cuanto había sobre las mesas, y las sillas con montones de ropas tiradas al descuido.

¡Ah! exclamó, alzando la voz para poder ser oída por don Gil no me nombren esas procesiones de vírgenes mundanas. ¡Qué vírgenes serán esas que salen con coronas de rosas y cirios en las manos! Una vez vi eso, y me entró tal grima, que tuve que confesarme en seguida de la cólera que me había dado. No me nombren eso. ¡Qué escándalo, Dios mío! ¡A dónde iremos á parar así!