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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Y mandó luego ahorcar de la entena a los dos turcos que a sus dos soldados habían muerto; pero el virrey le pidió encarecidamente no los ahorcase, pues más locura que valentía había sido la suya. Hizo el general lo que el virrey le pedía, porque no se ejecutan bien las venganzas a sangre helada. Procuraron luego dar traza de sacar a don Gaspar Gregorio del peligro en que quedaba.

Mi padre confió, quizá también por vanidad, toda la historia de sus amores a un antiguo amigo suyo, le entregó papeles que podían obligar y comprometer a D. Gregorio, si éste no se conducía bien como fideicomisario, y le encargó que lo callase y reservase todo como no fuera menester descubrirlo en su día.

-Una por una, yo haré, puesto allá, las diligencias posibles, y haga el cielo lo que más fuere servido -dijo don Antonio-. Don Gregorio se irá conmigo a consolar la pena que sus padres deben tener por su ausencia; Ana Félix se quedará con mi mujer en mi casa, o en un monasterio, y yo que el señor visorrey gustará se quede en la suya el buen Ricote, hasta ver cómo yo negocio.

Ricote y su hija salieron a recebirle: el padre con lágrimas y la hija con honestidad. No se abrazaron unos a otros, porque donde hay mucho amor no suele haber demasiada desenvoltura. Las dos bellezas juntas de don Gregorio y Ana Félix admiraron en particular a todos juntos los que presentes estaban.

A los pocos meses era yo fraile; y previo el noviciado de rigor, profesé y recibí las órdenes sacerdotales, tomando el nombre de fray José de San Gregorio, nombre que hice estimar, señor capitán, de mis prelados y de mis hermanos todos, durante los años que permanecí en mi Orden, que fueron pocos.

El tío Gorico, desde el casamiento de Nicolasa, había empezado á pugnar porque le llamasen Don Gregorio; habíase jubilado del oficio de Abraham y del de pellejero, y no se empleaba más que en beber aguardiente y rosoli, y en ponderar la ventura y la grandeza de su hija, sus virtudes y la vida beata que daba á su ilustre esposo.

Los sollozos se mezclaron pronto con la risa, y por último, doña Luz cayó al suelo como desplomada, y allí se agitó en fuertes convulsiones. Don Acisclo tocó entonces la campanilla, llamó a voces a la gente de casa, y acudieron D. Gregorio, Juana, Tomás y otros criados. Todos se aterraron. Las convulsiones seguían. Juana mandó llamar al médico D. Anselmo.

Sobrados vituperios de ella se leen en nuestros historiadores, i escelente defensa de sus hechos en una obrita del célebre escritor, Gloria de España, don Gregorio Mayans i Ciscar, que corre en manos de los hombres doctos, llevando por título estas palabras El Rey Witiza defendido.

Así como se desprende del prólogo que fué representada, así también deja presumir su objeto que dicha representación se hacía el Viernes Santo. Por lo demás, se ha defendido con muy sólidas razones que San Gregorio es el autor de este drama, en cuyo supuesto encontramos uno religioso representado en el siglo IV. No es, sin embargo, el único de esa época de que tenemos noticia.

En esto estaban cuando entró don Antonio, diciendo con muestras de grandísimo contento: ¡Albricias, señor don Quijote, que don Gregorio y el renegado que fue por él está en la playa! ¿Qué digo en la playa? Ya está en casa del visorrey, y será aquí al momento.

Palabra del Dia

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