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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Doña Luz, como quien oye un nombre que por vez primera suena en sus oídos, se encogió de hombros y se calló. D. Gregorio siguió hablando: Mucho debemos mi esposa y yo a esta señora. Ella nos casó, ella nos protegió, y ella nos dio los medios conducentes para llegar al punto de bienestar y prosperidad a que hemos llegado. Dios se lo pague y se lo aumente de gloria.
Doña Luz logró tranquilizarse y continuó hablando: Por temor de que, en el caso de que la condesa de Fajalauza me dejase por heredera, D. Gregorio no cumpliese bien su comisión, mi padre, que toda su vida fue descuidadísimo, quiso en esta sola ocasión pecar de cuidadoso.
Y la voz cavernosa de «Nietzsche», el cuñado de Pueyo una especie de Harpagón , que interrumpe, con «ritornello» de «miserere». ¡Acabarán por arruinarte, Gregorio! ¡Acabarán por arruinarte! Barriobero acepta el encargo y los cuatro duros, y escribió la novela, interesante y «documentaria», como él dice.
Es un primor por su hermosura, discreción, candor y buena crianza. Imposible parece que un tío tan ordinario y tan gordinflón como D. Gregorio, haya tenido una hija tan esbelta, tan distinguida y tan guapa. La tuvo D. Gregorio de su primera mujer.
Cuando la señora Marquesa guste, le haré la entrega y se enterará de todo por menudo. Señor D. Gregorio, ya V. sabrá que estoy casada. Aguardaremos a que venga mi marido para aceptar la herencia.
Aceptaba aquella amabilidad como moneda de buena ley. A los pocos minutos de conversación ya se creía otra vez dueño del corazón de la hermosa y se mecía en un océano de risueñas ilusiones. Seguía la zambra en el aposento. Mercedes la Cardenala bailaba con Gregorio, su futuro cuñado.
Así fue que guardó el secreto de la carta durante años y años, y tuvo siempre encomendado a un amigo de Madrid que le notificase la muerte de la Condesa. Ya hacía más de dos semanas que D. Acisclo había recibido noticia de dicha muerte, y estaba aguardando el término de los dos meses o la venida de don Gregorio. Esta, como hemos visto, ocurrió mucho antes de que dicho término se cumpliera.
En el convento de San José, Catalina Dávila, presa de súbito arrobamiento, habíase levantado varios palmos del suelo al leer una anotación de mano de Teresa de Jesús, en los Morales de San Gregorio.
3.º Lo mismo, aunque con menos puntualidad, testifican Gregorio Solis, Marcelo Silva, el cadete D. Juan Henriques, Francisco Aguto capitan de Amigos, de la reduccion de Calle-calle, el lengua general D. Juan de Castro, Casimiro Mena, Baltazar Ramirez: y el Reverendo Padre lector Fr.
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