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5 Y dijo Acab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los arroyos; si a dicha hallaremos grama con que conservemos la vida a los caballos y a las mulas, para que no nos quedemos sin bestias. 6 Y partieron entre el país para recorrerlo; Acab fue de por por un camino, y Abdías fue separadamente por otro.

Me tendí sobre la grama y rehice en mi imaginación todo el paseo de la víspera, que es de aquellos que no se hacen dos veces en el curso de la vida más larga. Sentía que si se me ofreciera segunda vez una fortuna parecida, no tendría ya el mismo encanto de imprevisión, de calma, y para terminar la palabra, de inocencia.

-Con la grama bien me avendría yo -dijo Sancho-, pero con la tica, ni me tiro ni me pago, porque no la entiendo.

Eran cultivadas tierras, casas de placer con picudos techos, parques ingleses de fresco césped y menuda grama, amarillenta ya, como de otoño. Al divisar torcida vereda que, desviándose de la carretera, culebreaba por entre los sembrados, detuvo Artegui con un grito al cochero, y dio a Lucía la mano para que descendiese.

La res sangrienta deja en la grama, y en una piedra que besa el agua, se sienta y mira, miéntras descansa, absorto, inmóvil, la faz nublada, el sonoroso raudal que canta, y sobre el lecho de piedras salta, y allá se pierde, y allá se escapa, cual las mentidas sombras livianas de los ensueños de la esperanza.

Una modesta iglesia, rodeada por su cementerio y algunos huertecitos de árboles frutales; á un lado una linda casa de paisanos, resaltando sobre el rico y florido tapiz de grama; del otro un arroyuelo cristalino que iba por entre cercas de palos á hundirse en una ramblita cubierta de festones para darle movimiento á un aserrío de tablas; y en el centro, en una plazoleta, un grupo de mujeres y niños con sus atavíos originales, tales eran los elementos del gracioso cuadro.

El huerto, en cambio, permanecía en su tranquilo y poético sosiego primaveral, con una brisa fresquita que columpiaba las últimas flores de los perales y cerezos, y acariciaba el recio follaje de las higueras, a cuya sombra, en un ribazo de mullida grama, se tendieron ambos presbíteros, no sin que don Eugenio, sacando un pañuelo de algodón a cuadros, se tapase con él la cabeza, para resguardarla de las importunidades de alguna mosca precoz.

Para este mismo padecimiento el cocimiento de la yerba Torotogod ó grama. «Para que los chiquillos que tienen lumbrises las espelan con facilidad se debe coger muchas hojas de la yerba Bagnagan, se pila y después se calienta en el fuego, y á las ocho de la noche se aplica á la boca del estómago del enfermo poniendole una faja para que no se caiga.