United States or Cayman Islands ? Vote for the TOP Country of the Week !


Despidiéronse los viajeros de Pascuala, y se dirigieron, acompañados de Bozmediano y su gente, al portillo de Gilimón. Muy aprisa, por no dar lugar á que algún curioso los descubriera, subieron al coche. El cochero y su zagal iban en el pescante; un criado, hombre fuerte, armado de fusil, iba dentro con Lázaro y Clara.

Componíase la cuadrilla de un chalán del barrio de Gilimón y un matutero del Salitre, un caballero particular conocido en Madrid por sus trampas y gran prestigio en la plazuela de la Cebada, y finalmente, un mocetón alto, flaco y negro, que tenía fama de guerrillero, y del cual se contaban maravillas en las campañas de 1809 y después en los sucesos del 20.

Vamos, Doctrinillo, dámela. Ya sabes que tengo apalabrado á Perico Tinieblas, el del Portillo de Gilimón, que es hombre pintado para estas cosas. Y lo que es en la Plaza de la Cebada, no hay chalán que no sea capaz de comerse al Gobierno á una orden mía. No: las cosas han da ir en regla. No puedo pagar sino á su tiempo: tengo esa orden.

Empleados no se encuentran allí, por estar aquel caserío lejos de toda oficina. Es el arrabal alegre y bien asoleado, y corriéndose al Portillo de Gilimón, se ve la vega del Manzanares, y la Sierra, San Isidro y la Casa de Campo.

Harto conocía aquel sitio, porque cuando vivía en la calle de Tabernillas, íbase muchas tardes de paseo a Gilimón, y sentándose en un sillar de los que allí hay, y que no se sabe si son restos o preparativos de obras municipales, estábase largo rato contemplando las bonitas vistas del río. Pues lo mismo hizo aquel día.

, señor; pero hay que pasar por la casa del carbonero, que tiene salida á la otra calle. Bien; por ahí saldremos. El coche espera en las afueras del portillo de Gilimón. Los hombres que yo he traído están en la tienda. Que entren, y saldremos todos por esa otra calle. Pocos momentos después salían todos, incluso el perro de las Porreñas, á quien Clara no quiso abandonar.

Siguió ella tras el entierro, y al llegar a la parte baja de la calle de Toledo, tomó a la derecha por la calle de la Ventosa y se fue a la explanada del Portillo de Gilimón, desde donde se descubre toda la vega del Manzanares.

No me importa saber a cómo valen el ladrillo pintón y las alfargías... Mamá, ponte de centinela y aquí no me entra más que Estupiñá. Que venga Placidito, para que me cuente sus glorias, cuando iba al portillo de Gilimón a meter contrabando, y a la bóveda de San Ginés a abrirse las carnes con el zurriago... Que venga para decirle: «lorito, daca la pata». ¡Pero, qué impertinente!

Al fin de la calle del Águila también desmerece mucho el vecindario, pues en la explanada de Gilimón, inundada de sol a todas las horas del día, suelen verse cuadros dignos del Potro de Córdoba y del Albaicín de Granada. Por la calle de la Solana, donde habita tanta pobretería, iba Fortunata a misa a la Paloma, y se pasmaba de no encontrar nunca en su camino ninguna cara conocida.

Si por acaso se dejaba decir alguna palabra ofensiva, era contra la Aduana; pero sin individualizar sus acusaciones. Porque Estupiñá, al mismo tiempo que corredor, era contrabandista. Las piezas de Hamburgo de 26 hilos que pasó por el portillo de Gilimón, valiéndose de ingeniosas mañas, no son para contadas.