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Actualizado: 25 de junio de 2025


Ocho mil genoveses quedaban en el fondo del mar, y las naves vencedoras volvían á Barcelona con tres mil quinientos prisioneros y cuarenta y una galeras enemigas. Con este desastre se iniciaba la decadencia marítima de Génova. Los catalanes expulsaban á sus mercaderes de Egipto, monopolizando el comercio de África.

Guiado, señor, de las tres virtudes teologales del hambre, que son: ingenio, audacia y presteza respondió el pícaro, remedando la gravedad de los doctores. En ese momento, una débil aldabada en la puerta de la calle despertó los ecos del caserón. Son los genoveses exclamó Ramiro. Corre a abrilles, Pablillos. No puede ser otra gente la que llama a esta hora con tanta prudencia.

En Italia, los sabios habían sabido resucitar el mundo griego con sus pensadores y artistas; en la brumosa Alemania los magos de la verdad habían descubierto la maravilla de hacer grabar el metal y la madera; los libros se imprimían, y el dominio infinito de las ciencias se abría así á las masas del pueblo, condenadas en otro tiempo á la obscuridad de la ignorancia; en fin, los navegantes genoveses, venecianos, españoles y portugueses habían hecho surgir, como un segundo planeta unido al nuestro, un continente nuevo con sus plantas, sus animales, sus pueblos y sus dioses.

Pasa la armada á la Natolia, y hecha la gente en el cabo de Artacio. Con el peligro de la pendencia entre Catalanes y Genoveses, advirtió Andronico los que pudieran suceder, por tener dentro de la Ciudad diferentes y varias naciones armadas, y ofendidas, que con ménos ocasion que la vez pasada vinieran sin duda á rompimiento.

Determinóse pues, no solo á embellecer su morada, sino á procurar digno albergue á los numerosos libros y grabados adquiridos en sus frecuentes viajes por España, Alemania, Italia, los Paises Bajos, Inglaterra y Francia, para lo cual, por aquellos días de los años de 1529-30 recreábase en admirar las delicadas fantasias, que en ricos mármoles blancos de Carrara, habían esculpido por su encargo, los famosos entalladores genoveses, Antonio María Aprile de Carona y Antonio de Lanzio, naturales ambos del obispado de Como, segun contrato, que para este efecto con ellos había celebrado.

Hay que tener en cuenta, amigo Ojeda, que en ciertos países la calidad de extranjero da gran prestigio a todo el que ofrece una idea nueva. En aquellos tiempos, los marinos genoveses eran los de más fama, los que habían llegado más lejos en sus exploraciones.

Vendido había mi padre su hacienda para sufragar los diparatados gastos en que por amor mío se había metido, y puesto el dinero a ganancia casa de genoveses; pero la ganancia del dinero no alcanzaba ni con mucho a aquel loco y continuo gastar de mi padre, y fue necesario al propio dinero recurrir quitándole de la ganancia; tal era la ceguedad de mi padre, tal la vehemencia de su amor por , que en aquel camino de perdición no se detuvo, esperando siempre que algún poderoso magnate de se prendase, y yo le correspondiese y nos casásemos, y todo viniese por último a un fin próspero; que tal era la idolatría que mi padre tenía por , que no se le figuraba menos que yo era la única mujer hermosa que en la tierra había, en cuya creencia le ayudaba el ver que las gentes que a mi casa iban y que en paseo nos encontraban, y en las comedias, y en las iglesias, se desojaban mirándome, y tras se iban y ansiosamente me pretendían.

Su señoría sabe agregó el prestamista que el último día de cueste año deberá dejar el palacio. respondió Ramiro secamente, y cruzó los brazos en silencio como invitando a los genoveses a que se retirasen.

La turba enemiga lanzó gritos de rabia, sobre todo al recibir el nublado de flechas que lanzaron los arqueros ingleses en el centro de aquella abigarrada multitud, compuesta de hombres de todas cataduras y colores, normandos, sicilianos, genoveses, levantinos y moros.

Pablillos le trajo el dinero de los genoveses, a quienes llevó los retratos con la primera lumbre del alba; pero después de referir los pormenores de la diligencia, le dijo: Debo comunicar también a vuesa merced, que, al cruzar la plazuela, topé con Pedro San Vicente, el segundón, quien parecía estarme esperando.

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