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Actualizado: 23 de julio de 2025


No le daba la gana de irse, y no se iba. Ella era muy flamenca; le gustaba la tierra y su gente. Marcharse sería poco menos que morir. Anduvo algún tiempo por Madrid con su hermana, pero sus viajes fueron de corta duración.

Santa abuelita, yo bien considero que usted dirá: «Salidas de pavana de esa naturaleza oír no quiero.» ¡Pues haga usted lo que le la gana!

Malditas... De lo que tengo gana, tío, voy a decírselo en confianza... es de ver a mi novia. Don Melchor quedó asombrado. ¿De veras? Lo que usted oye. Reflexionó un momento el señor de las Cuevas, y al cabo dijo: Bien; si quieres puedes ir al teatro a saludarla... Mientras tanto, yo voy a ver cómo se enmienda Domingo. ¿De qué se ha de enmendar? Es una persona excelente repuso el joven sonriendo.

Solamente, y á la fuerza, la llevó su madre hacia el ministro, y eso quedándose atrás y manifestando su mala gana con raros visajes, de los cuales, desde su más tierna infancia, poseía numerosa variedad, pudiendo transformar su móvil fisonomía de diversas maneras, y siempre con una expresión más ó menos perversa.

Esperanza la secundó, riendo ambas de tan buena gana que concluyeron por llamar la atención de la tertulia, sobre todo de la marquesa, que volvió a dirigir a su hija una mirada severísima. Entraba en aquel momento una señora que representaba cuarenta años; el rostro, hermoso aún, pintado, con señales impresas más que de los años, de una vida agitada y galante.

Iba asimismo en la nave un piadoso y entusiasta misionero franciscano, cuyo nombre era Fray Juan de Santarén. Grandísima gana llevaba este de difundir la luz del Evangelio, de convertir idólatras y mahometanos y de bautizarlos a centenares.

Pero, ¡puñales! ¿no usted el título, la prensa filipina? ¡Ese instrumento con que plancha la vieja, aquí se llama prensa! Todos se echaron á reir y el mismo Ben Zayb se rió de buena gana.

Aquella noche durmió mal, tras madrugar mucho, almorzó sin gana y se vistió como quien pretende agradar.

La diferencia está en que con los medios antiguos se ganaba el cielo, y con la lectura de estos libros ó con el espectáculo de estos dramas no se gana nada.

«No era él un don Custodio, ignorante de lo que es el mundo, lleno de ensueños, ambicioso de cierto oropel eclesiástico, que tal vez se gana en el confesonario, para que le halagasen todavía revelaciones imprudentes, que sólo servían para inundarle el alma de hastío.

Palabra del Dia

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