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Actualizado: 3 de mayo de 2025
284 Yo junté las osamentas, me hinqué y les recé un bendito, hice una cruz de un palito y pedí a mi Dios clemente me perdonara el delito de haber muerto tanta gente. 285 Dejamos amotonaos a los pobres que murieron; no sé si los recogieron, porque nos fuimos a un rancho, o si tal vez los caranchos ahi no más se los comieron.
A partir desde aquel día, el movimiento de París nos envolvió y fuimos arrastrados por aquel torbellino en el cual corren riesgo de aturdirse las cabezas más fuertes y tienen muchas probabilidades de naufragio los corazones más firmes.
Bajamos por la costa de África a buscar los vientos alisios, atravesamos las calmas ecuatoriales y paramos en Cabo Verde. Continuamos hacia el sur, hasta hallar los vientos del oeste y poder cortar las calmas del trópico de Capricornio; doblamos el Cabo y fuimos dando una gran vuelta por el mar de las Indias, en dirección del estrecho de la Sonda.
Fuímos a una, adonde él se acostumbraba apear, y hallamos a la puerta más de doce ciegos; unos le conocieron por el olor, y otros por la voz; diéronle una barbanca de bienvenido.
Has de saber, hijo, que en esta villa vivió la más famosa hechicera que hubo en el mundo, a quien llamaron la Camacha de Montilla; tuvo fama que convertía los hombres en animales, lo que yo nunca he podido alcanzar cómo se haga. Sea lo que fuere, lo que me pesa es que yo ni tu madre, que fuimos discípulas de la buena Camacha, nunca llegamos a saber tanto como ella.
Uno quisiera que las personas y las cosas relacionadas con nuestros recuerdos fueran eternas; pero nuestra existencia no representa nada en la corriente tumultuosa de los acontecimientos. Allí teníamos un amigo..., en aquel rincón fuimos felices..., nuestra felicidad o nuestra amistad tienen poca importancia.
Fuimos en casa del cacique: habia entonces entre los indios una cruel peste, ocasionada de la hambre, porque los dos años antes la langosta habia destruido tanto el grano y todos los frutos, que casi no les dejó qué comer; y esto nos atemorizó tanto, que como tampoco llevásemos mucha comida, no pudimos detenernos en la provincia.
Hacía un día frío; tomamos la carretera y fuimos marchando por la costa, azotados por una lluvia menuda. Allen y Ugarte no querían hablarse. Para no tener relación el uno con el otro, Ugarte me hablaba en castellano y Allen en inglés. ¡Que por un canalla miserable tengamos que andar así! murmuraba Allen, entre dientes.
Al despejarse el tiempo nos encontramos a la vista de una de las islas de Taiti. Nos fuimos acercando, y pasamos por delante de bahías estrechas, de una vegetación lujuriante, hasta detenernos en una de éstas. El capitán bajó a la bodega y habló a los chinos.
Hablando de su enfermedad, se trató de otras análogas y de otras muchas que, sin parecerse a ellas, tenían, sin embargo, el mismo funesto desenlace: la muerte del enfermo; y ya en este camino, fuimos a parar al consabido «desaliento» de los doctos en el «arte de curar» en cuanto cotejan y comparan los recursos de su ciencia con las míseras condiciones físicas del hombre; sólo que el mozo aquél, al convenir conmigo en la ineficacia de la medicina en la mayor parte de los casos de apuro, no se llevó las manos a la cabeza, ni renegó de la incapacidad humana, ni mostró esperanza alguna de que ya irían arreglando poco a poco esas dificultades «los héroes y los mártires de la ciencia»: al contrario, sin negar que estudiando mucho podía averiguarse algo más de lo que se sabía en la materia, dio los fracasos actuales, y aun los venideros, por cosa necesaria y con los cuales ya contaba él al empezar sus estudios; es decir, que no le noté la menor chispa de entusiasmo por su profesión, ni el menor síntoma de desencanto al tocar en la práctica de ella sus deficientes recursos.
Palabra del Dia
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