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Nunca fuimos ricos; teníamos lo necesario para pasar la vida; pero todo se fué acabando poco a poco; aquello era lo último que nos quedaba. En verdad que la tal casita no valía gran cosa; sin embargo, no había en Villaverde otra mejor. Ninguna más amplia, ni más alegre, ni mas cómoda.

En Daraga, como ya hemos dicho, hay establecidos ricos comerciantes cuyo tráfico se circunscribe á la bandala ó sea el abacá, filamento del que extensamente nos ocuparemos en otro lugar. La hospitalidad que se dispensa en Daraga no tiene límites, y si á relatar fuéramos nombres y atenciones de que fuimos objeto mientras permanecimos en aquel pueblo, llenaríamos no pocas cuartillas.

Fuimos bordeando algunas rocas de la entrada de la cueva: extraños y fantásticos centinelas. Recalde, en el fondo mucho más supersticioso que yo, no quería mirar. Cuando le insté para que contemplara el interior de la gruta, me dijo rudamente: ¡Déjame! Yo, al ver aquella decoración, comencé a perder el miedo. Miraba con una curiosidad redoblada.

Trabajaba para nosotras, que se quitaba la vida, él bueno de Francisco; pero viejo, también adoleció, y al hospital se lo llevaron, y otro día fuimos acompañando su cadáver como habíamos acompañado el de mi padre.

Vamos a despachar, antes de que principien a llegar los clientes. Ya verá usted. ¡Esto es atroz! No paro en todo el día. Esto parece un jubileo. Se levantó, y fuimos a la pieza contigua. Tome usted asiento. ¡En facha! Voy a dictar un escrito.

Y, sin comprenderlas, confirmé las declaraciones de Alejandra; y cuando ella se acusó, cuando por fin la comprendí, cuando vi que se perdía por amor a , entonces, naturalmente, acepté el sacrificio... Ambos fuimos dejados en libertad, y entonces, en el momento en que me vi libre, en que la mentira triunfaba, me propuse decir la verdad.

Herminia, aterrorizada por la necesidad de sostener la conversación desde lo alto del terraplén, contestó con las primeras palabras que vinieron á su mente y que, naturalmente, fueron las que respondían mejor á sus íntimos sentimientos: ¡Ah! señor, buen susto nos ha dado usted.... y fuimos muy dichosas cuando tuvimos certeza de que no estaba usted gravemente herido.

Lo que se repartía cuando fuimos era un sol magnífico capaz de derretir las piedras. ¿De manera que usted cree que yo no debo ir á la Segada? Paco Ruiz dijo estas palabras con gravedad cómica. D.ª Feliciana y Carmen rieron. ¡Siempre ha de ser usted el mismo! repuso D. Marcelino un poco amoscado levantando la tabla del mostrador para entrar.

Bien me dijo, te permito leer a Walter Scott; sin embargo, yo mismo lo reeleré para hablar de ello contigo, pero prométeme no volver a hacer más travesuras. Se lo prometí de todo corazón, y desde entonces tuvimos nuevo asunto para discusiones y porfías, porque naturalmente, nunca fuimos de la misma opinión.

Y así, es por demás decir que nos saque vuestro padre, si alguno no nos reza en alguna cuenta de perdones y nos saca de penas con alguna misa en altar previlegiado. Entre estas pláticas y un poco que dormimos, se llegó la hora de levantar. Dieron las seis y llamó Cabra a lición; fuimos y oímosla todos.