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Actualizado: 16 de mayo de 2025
¿Es usted quien ha inventado eso, señorita? preguntó Francisca con fingida dulzura volviéndose hacia la oradora. No Francisca respondió la Roubinet con una modestia tan afectada como la dulzura de Francisca. Esas palabras son de Federico el Grande. ¡Un prusiano!... ¡Qué horror!... ¿Cómo puede usted citar frases de un enemigo de Francia? objetó Francisca lo más seria que pudo.
Que me dé lo que quiera gruñó Feijoo con burlesca incomodidad . ¿A usted qué le importa, señora doña Francisca?... Es que... Bueno; aunque me envenenara. Mejor. vii Al verse otra vez en su casa y sola, Fortunata no podía con la gusanera de pensamientos que le llenaba toda la caja de la cabeza. ¡Volver con su marido! ¡Ser otra vez la señora de Rubín!
¿Y el padre Tomás ha tratado de encontrar una conversación seductora? Seguramente dijo la abuela, que no comprendía mis preguntas. Pues bien, el señor de Baurepois es horrible y su conversación... cargante, como diría Francisca. ¡Oh! estas muchachas...
La lengua se le pegó al paladar, y miraba a D. Romualdo con aterrados ojos. «No es para que usted se asuste, señora. Al contrario: yo tengo la satisfacción de comunicar a Doña Francisca Juárez el término de sus sufrimientos.
¡Una joven como yo, a los veinticinco años!... ¡Vaya una juventud! Hay que vivir en un medio petrificado como el nuestro, pobre vieja, para no conocer nada de la vida a mi edad... Algunas veces casi me sublevo, pero después se me pasa... Esas ideas no son de usted, señorita. Me parece estar oyendo a la señorita Francisca respondió Celestina escandalizada.
Yo hice un gesto que indicaba mi conformidad con tan heroico proyecto; pero cuidé de que no me viera Doña Francisca, la cual me habría hecho notar el irresistible peso de su mano si observara mis disposiciones belicosas.
Desde la muerte de su esposa, el buen señor, que sólo por ella y para ella se rapaba la cara, quiso añadir a tantas demostraciones de duelo el luto de su rostro, dejándolo cubrir, como de una gasa, de pelos blancos, negros y amarillos. «Pues para decirle a usted que lo que le pasa a la Francisca, y el encontrarse ahora en condición tan baja, es por no haber querido llevar cuentas.
Siento en el alma haber iniciado a Francisca en nuestras averiguaciones, puesto que esto contraría a usted respondí un poco confusa. Me he arrepentido en seguida de mi indiscreción, y... Sí, hubiera preferido no ponerla al corriente de lo que hacemos murmuró la de Ribert un poco ensombrecida. Pero a lo hecho, pecho añadió con su sonrisa habitual.
Dispénsame, Magdalena, tengo que salir... ¡Ah! sí dijo en el momento en que la dejaba, me preguntabas cómo le encuentro... Pues bien, mi opinión no ha cambiado... El señor Baltet es un majadero, a quien la primera mujer un poco lista escamoteará cuándo y cómo le plazca... Si soy yo exclamé, no me quejo. Y tienes razón respondió Francisca, con no sé qué relámpago en los ojos.
¡Cuidado! exclamó Francisca; el ron es un perfume de coraceros... No me importa aseguró la Roubinet, mi estómago le recibe muy bien. El mío no dijo dulcemente la Sarcicourt. El médico me prohíbe los licores fuertes... Una gotita de leche, Magdalena, si usted gusta. Cada cual tuvo al fin lo que deseaba, y la conversación se volvió a animar.
Palabra del Dia
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