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Actualizado: 16 de junio de 2025
Cerró las puertas de su casa, subió a caballo, y con desmayado aliento se puso en camino; y, apenas hubo andado la mitad, cuando, acosado de sus pensamientos, le fue forzoso apearse y arrendar su caballo a un árbol, a cuyo tronco se dejó caer, dando tiernos y dolorosos suspiros, y allí se estuvo hasta casi que anochecía; y aquella hora vio que venía un hombre a caballo de la ciudad, y, después de haberle saludado, le preguntó qué nuevas había en Florencia.
«En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia que llaman Toscana, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales, y tan amigos que, por excelencia y antonomasia, de todos los que los conocían los dos amigos eran llamados.
Me miró de un modo extraño con sus ojos vivos, después se pasó la mano por su obscura barba, y al fin contestó en inglés, con un leve acento extranjero: La dirección no parece muy atrayente, señor Greenwood. No tengo el placer de conocer a ese caballero, pero la calle San Cristófano es una de las más peores y pobres de Florencia, detrás, exactamente, de Santa Croce, yendo por la vía Ghibellina.
Traen lindos muebles, muchos libros, algunos cuadros y no sé cuántas otras baratijas elegantes, que han comprado por esos mundos, y principalmente en París, Roma, Florencia y Viena.
Ferpierre no podía rechazar a priori la idea de que Zakunine había vuelto a amar a Florencia d'Arda, aun después de haberla infligido tantos tormentos: en un espíritu como el suyo, inclinado a los extremos, obediente a solicitaciones contrarias, esa renovación sentimental era posible, especialmente desde que la Condesa amaba a Vérod.
Pasé por Florencia a Milán, que no se le da con su castillo dos blancas de la Europa. Vi a Génova la bella, talego del mundo, llena de novedades, y, golfo lanzado , toqué a Vinaroz y a los Alfaques, pasando el de León y Narbona.
Me niego a responder a su pregunta manifesté con vehemencia. Yo también podría preguntarle por qué razón ha estado usted todos estos años pasados viviendo ocultamente en Italia o por qué recibía su correspondencia dirigida a una casa de una calle secundaria de Florencia. Su rostro perdió sus bríos, sus cejas se contrajeron ligeramente, y noté que mi observación le había causado cierto recelo.
El Piamonte marcha á la cabeza de los demas pueblos de Italia, y sus vias férreas bien construidas, abarcarán dentro de poco y sujetas á un solo centro comun, las diferentes provincias que constituyen el reino. Nada digo de Florencia, porque solo permanecí veinticuatro horas en su recinto; fáltame visitar detenidamente Roma y Nápoles.
Poco después de mediodía, guardé mis cosas dentro de mi valija, e impelido por un poderoso deseo de regresar para poder defender los intereses de Mabel Blair, abandoné Lucca, partiendo para Londres. Babbo me acompañó hasta Pisa, donde cambiamos de trenes; él para retornar a Florencia y yo para tomar el coche-dormitorio del expreso que corre de Roma a Calais.
Yo no temo que a Madrid, a Sevilla, a Lisboa o a Florencia, les venga a suceder lo que a Sidon y Tiro, Susa, Ecbatana, Nínive, Bactra y Babilonia.
Palabra del Dia
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