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Actualizado: 30 de abril de 2025
Cuatrocientos jinetes, todos con aljabas, arcos y flechas, vestidos de malla y cubierta la cabeza con sendos capacetes de bronce, nielado de refulgentes colores, me seguían y me daban mayor autoridad y decoro. Seis batidores, montados en rayadas y velocísimas cebras, iban delante de mí, a fin de anunciarme en las diversas poblaciones.
La ciudad reposa en una llanura abierta por tres lados, teniendo del uno el Ouche, pequeñísimo rio, y del otro un grupo de bellas colinas. Sus fábricas son muy numerosas, y con especialidad es afamada por las de sombreros de lana y felpas que representan fuertes valores. Desde la estacion del ferrocarril se alcanzan á ver las flechas y empinadas torres de muchos monumentos importantes.
Las dos torrecillas del colegio se levantaban agudas y airosas como flechas disparadas contra el cielo azul, sereno y radiante, que suele cobijar a Madrid en los primeros días de junio.
Había matas tronchadas, yerbas pisoteadas y troncos de árboles erizados de flechas. El banco de arena, que la baja marea había dejado al descubierto, estaba sembrado de trozos de lanzas y cuchillos y de escudos rotos.
Al quedar suprimidos los cañones y los torpedos por los «rayos negros», nuestros navíos, cuando están sobre el agua, emplean las flechas, las piedras y otras armas arrojadizas de los tiempos remotos.
A usted los que le hacen daño son los ayacuyás, y hay que curarla de sus flechas. Ella conocía perfectamente á los «ayacuyás», duendes indios tan minúsculos, que una docena de ellos caben sobre una uña, armados con arcos y flechas, y á cuyas heridas hay que atribuir la mayor parte de las enfermedades.
Anda en la tierra otra que ha usurpado tu nombre, y que, en vez de la antorcha, lleva la tea. Aquélla no es la Diana sagrada de las incomparables flechas: es Hécate.»
Comienza la refriega, los enemigos se rien de que los marinos de Aníbal les arrojen aquellos vasos en vez de flechas; el barro se hace pedazos, y el daño que causa es muy poco. Pasan algunos momentos, un marino siente una picadura atroz: al grito del lastimado sucede el de otro, todos vuelven la vista y notan con espanto que la nave está llena de víboras.
Bien es verdad que creen son las almas inmortales y á sus difuntos los entierran poniéndoles en la sepultura algunas viandas y sus arcos y flechas para que en la otra busquen á costa del trabajo de sus manos, con qué poder vivir, y de esta manera quedan persuadidos que no les precisará el hambre á querer volver á este mundo.
Nada he visto ni oído, señor Cornelio contestó el piloto. Ha pasado ante mi vista una cosa negra, que no he podido distinguir bien. Tal vez un ave. No, Horn; era muy grande, y no tenía forma de ave. ¿Qué queréis que sea entonces? No lo sé. ¿Sería un proyectil disparado por los papúes? Sólo usan flechas y lanzas, señor Cornelio. Lo sé; pero... ¡Mira!
Palabra del Dia
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