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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Parecía que no hubiera oído el breve sermón y Ferpierre creía que poco faltaba para que le dijera: «¿Cuándo habrá usted terminado?...» Indudablemente continuó el magistrado, habría sido mejor para usted examinar con libertad nuestro sistema carcelario; pero convenga usted en que si hemos tenido que detenerla estos días, la culpa en parte ha sido suya.
Ferpierre opinaba que si la narradora no hubiera sido feliz, si hubiera visto que se había engañado al casarse con el Conde d'Arda, lo habría confesado sincera, completamente; pero ya una vez había reconocido que sentía algo que no podía escribir, y sin duda no habría declarado redondamente su engaño, pudiendo creerse también que, en vez de velarlo habría preferido no escribir nada: el silencio habría sido entonces más elocuente.
Y cuando los he visto abrazarse, con ojos risueños, y llorosos, entonces he llorado yo también. Su Gracia la Marquesita Florencia Albizzoni Vivaldi no existe ya...» Y el juez Ferpierre, deteniéndose, pues el manuscrito se interrumpía de nuevo, reconstruía con la imaginación lo que la narradora había callado.
Los que culpaban, ya al Príncipe, ya a la nihilista, sostenían la inverosimilitud del suicidio, y para afirmar la existencia de éste, los otros aducían la inverosimilitud y la imposibilidad del delito. El juez Ferpierre estaba atento a todas estas voces para tratar de orientarse hacia el descubrimiento de la verdad.
O mejor dicho, ¿amaba realmente el Príncipe a la nihilista? Ferpierre comprendía que ante todo debía cerciorarse de esta opinión, sin duda verosímil, pero aún no probada. Mientras se encaminaba el juez a la cárcel del Eveché, donde los acusados estaban detenidos, iba pensando en la manera de iniciar el interrogatorio de la joven.
De allí deducía Ferpierre que esos dos seres se habían unido sin la menor delicadeza de sentimientos, por mero impulso instintivo, solamente por el ansia del placer, y de tan indigna unión podía haber germinado el delito. La confesión de sus relaciones hecha por la joven y confirmada por el Príncipe, ¿agravaba realmente, o mejoraba las condiciones de uno y otro?
Su declaración, la última carta que le había dirigido la Condesa, pocas horas antes de su muerte, lo iban a explicar todo. No era general, sin embargo, esta confianza, y el mismo Ferpierre, después de su primer movimiento de estupor y de placer al recibir comunicación del telegrama, temía no poder salir aún de la duda.
¿Comprende usted, el significado de estas palabras? repuso Ferpierre. Me parece que es demasiado evidente.
A su lado estaba la Baronesa de Börne, tratando también de hacer algo, cuidadosa y locuaz, y cuando llamaron a la criada, poco faltó para que la siguiera. Dos, tres veces tuvo Ferpierre que repetir sus preguntas a la pobre mujer, a tal extremo se encontraba ésta trastornada por el dolor.
Sin embargo, si conocía su desunión, esos celos no habrían sido muy justificados... insinuó Ferpierre, oponiéndose a sí mismo esta objeción, pues en su esfuerzo por ver claro en aquel misterio expresaba todas las ideas que se le iban presentando. ¿Sabía la rusa que entre los patrones de usted había discordia? No podría decirlo.
Palabra del Dia
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