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Venía doña Sol con su gabán de viaje, al aire la cabellera de oro, peinada y anudada a toda prisa. ¡El Plumitas en el cortijo! ¡Qué felicidad!

Y en los ojos de usted, en su voz, donde al principio, cuando estaba sola, había leído únicamente el amor y la compasión hacia ella, vio de improviso palpitar el odio contra el hombre que se presentaba a impedir la felicidad ambicionada.

No quiero decirte que eres para la felicidad, porque la felicidad no existe y yo no he de engañarte, pero lo que te afirmo es que por ti puede ser digno de un espíritu noble preferir la vida a la muerte.

Entonces, prefiero quedarme prosiguió Godfrey, con la determinación irreflexiva de conseguir aquella noche tanta felicidad como pudiera, sin preocuparse del mañana.

Para entender esto se ha de presuponer tambien, que la verdadera felicidad y el verdadero bien del hombre es Dios; y teniendo apetito de su bien y de su felicidad, tiene tambien apetito de poseer á Dios. Quando Adan estaba en el Paraíso antes del pecado, tenia conocimiento claro de esta felicidad, y de este bien; de suerte, que con él descansaba, y tenia toda suerte de contento y alegria.

JULIA. Pues aconseje a éstas que no se engrían con una ciencia de la que no conocen mas que los principios. El hombre que sea su marido, tendrá a gran felicidad enseñarles la práctica, si le parece bien. Además, será preciso animarle; lo que se cuida más en una comida son los entremeses y el postre. ¡Es importante no asombrarse ante las primeras sorpresas!

Tu fuga me hizo ver una decadencia y una miseria que tenía olvidadas. Pero aun así, ¡gracias, muchas gracias! Te debo la única felicidad que he conocido. Vivía ella embrutecida por el desaliento, resignada a no conocer otra vez el amor, encanto de la existencia.

Margaret aceptó su amor, fueron novios, y desde este momento, que debía haber sido para Gillespie el de mayor felicidad, empezó á tropezar con obstáculos.

Y mientras que Juan, generoso, dando suelta al espíritu impaciente, sacaba ante los ojos de Lucía, para que se le fuese aquietando el carácter, y se preparaba a acompañarle por el viaje de la existencia, las interioridades luminosas de su alma peculiar y excelsa, y decía cosas que, por la nobleza que enseñaban o la felicidad que prometían, hacían asomar lágrimas de ternura y de piedad a los ojos de Ana-Adela y Pedro, en plena Francia, iban y venían, como del brazo, por bosques y bulevares. «La Judic ya no se viste con Worth.

El teatro, dijo la Dorotea ; sin que vos me lo aconsejárais estaba resuelta á ello... pero el mundo... el mundo no; en el mundo... fuera del claustro está mi felicidad; está él, y él me ama... Ese caballero no puede ser vuestro esposo; ese caballero no puede amaros.