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Actualizado: 26 de mayo de 2025
En la muralla que rodea el campo de los penados se apoyaba un pequeño edificio en cuya puerta se leía, en letras negras y rojas, estas palabras: Pretorio disciplinario. Era el tribunal ante el que comparecían los indisciplinados para responder de sus fechorías. Un estrado y unos cuantos bancos guarnecían la sala, cuyas paredes estaban tendidas de cal.
El corcovadito quedaba victorioso, fingía arrepentimiento, se acercaba a la joven para acariciarla y darle un beso, y luego que se iba el señor Fernández volvía a los improperios y a las obscenidades. Reía, se mofaba de su hermana, e inventaba nuevas fechorías.
Hasta de sus propios resabios trataba de sacudirse, se le figuraba que de sus fechorías más recientes le quedaban algunos en el estilo, y temía que por aquellas espumas se descubrieran, las pasadas tempestades. ¡Mujer más singular!
Hablan de este mozo de chapa algunos autores contemporáneos, y la fama de sus fechorías ha llegado hasta nosotros, presentándolo como tipo acabado de aquellos bravucones que tan admirablemente pintaba Cervantes en Rinconete y Cortadillo, Quevedo en el Buscón y Cristóbal de Chaves en La cárcel de Sevilla.
Pero si aquella vez estuvo afortunado, no lo estuvo en otro encuentro que al poco tiempo tuvo, y fué preso, mandándosele á la galera de Málaga como cabo de escuadra, de donde volvió en Agosto de 1596, siendo entonces puesto en libertad porque al mozo no le faltaban amigos. Mas apenas se vió en la calle, reanudó sus fechorías, por lo cual el conde de Priego mandó prenderle de nuevo.
Los criminales y malhechores, los vagos y pájaros de cuenta, que vagaban por calles y plazas, tenían en el pregón del Pecado Mortal un aviso que le daba el alto en sus fechorías, y más de una vez en el hermano un testigo mudo de sus actos.
Y mientras se le hinchaba el pecho, hirviendo en colérica indignación, el grupo de abajo era cada vez más íntimo, y Baltasar y Josefina conversaban con mayor confianza, aprovechándose de que el público, impresionado por la muerte del espía infame que, al fin, hallaba condigno castigo a sus fechorías, no curaba de lo que pudiese suceder por los palcos.
Los habitantes de San-Pablo, pueblo situado á poca distancia de la confluencia del Cimitarra, hacen responsable al Mohán ó Huan, divinidad terrible de las grutas y de los grandes pozos de los ríos, de las fechorías cometidas por los jaguares, las serpientes y los zainos en perjuicio de los imprudentes buscadores de oro.
Es verdad que el río crecía y se desbordaba todos los años, llegando hasta los mismos pies de San Bernat, faltando poco para arrastrarle en su corriente; es verdad también que cada cinco o seis años derribaba casas, asolaba campos, ahogaba personas y cometía otras espantables fechorías, obedeciendo la maldición del patrón de Valencia; pero el de Alcira podía más, y buena prueba era que la ciudad seguía firme y en pie, salvo los consiguientes desperfectos y peligros cada vez que llovía mucho y bajaban las aguas de Cuenca.
Mi tía plantada en un sillón, con el donaire de un pararrayos algo grueso, levantábase al verle, saludábale con aire desabrido y se lanzaba a galope al capítulo de mis fechorías. El bondadoso cura oía con paciencia aquella voz ronca que rompía el tímpano. Encorvaba las espaldas como si el chubasco hubiera sido para él y semisonriente amenazábame con el índice.
Palabra del Dia
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