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Cacambo, que era el copero de uno de los extrangeros, arrimándose á su amo al fin de la comida, le dixo al oido: Señor, Vuestra Magestad puede irse quando quisiere, que el buque está pronto; y se fué dichas estas palabras. Atónitos los convidados se miraban sin chistar, quando llegándose otro sirviente á su amo, le dixo: Señor, el coche de Vuestra Magestad está en Padua, y el barco listo.

Escuchóle con mucha atención el abate, se paró algo pensativo, y se despidió luego de ámbos extrangeros, abrazándolos tiernamente. Al otro dia, ántes de levantarse de la cama, diéron á Candido la esquela siguiente: "Muy Señor mió, y mi querido amante: ocho días hace que estoy mala en esta ciudad, y acabo de saber que se encuentra vm. en ella.

Yo no tengo por cierto derecho para detener á los extrangeros, tiranía tan opuesta á nuestra práctica como á nuestras leyes.

Tal parece lo que dicen, que se encontraron en las cuestas altas del Puerto Deseado sepulcros de gigantes, cuyos huesos eran de once pies de largo: porque los huesos de los cadáveres que ahora se encontraron, eran de estatura ordinaria. Añaden dichos diarios extrangeros, que en una ensenada del Puerto Deseado, que señalan en sus mapas, hay mucha pesca.

Voy á esperarla á Venecia, y atravesarémos la Francia para ir á Italia: ¿me acompañará vm.? Con mil amores, respondió Martin; dicen que Venecia solo para los nobles Venecianos es buena, puesto que hacen mucho agasajo á los extrangeros que llevan mucho dinero: yo no le tengo, pero vm. , y le seguiré adonde quiera que fuere.

Quando se acabó la comida, Cacambo y Candido créyeron que pagaban muy bien el gasto, tirando en la mesa dos de aquellas grandes piezas de oro que habian cogido; pero soltarón la carcajada el huésped y la huéspeda, y no pudiéron durante largo rato contener la risa: al fin se serenáron, y el huésped les dixo: Bien vemos, señores, que son vms. extrangeros; y como no estamos acostumbrados á ver ninguno, vms. perdonen si nos hemos echado á reir quando nos han querido pagar con las piedras de nuestros caminos reales.

En medio de sus arrebatos se aparece un alguacil acompañado del abate y de seis corchetes. ¿Con que estos son, dixo, los dos extrangeros sospechosos? y mandó incontinenti que los ataran y los llevaran á la cárcel. No tratan de esta manera en el Dorado á los forasteros, dixo Candido. Mas maniquéo soy que nunca, replicó Martin. Pero, señor, ¿adonde nos lleva vm.? dixo Candido.

Ningun provecho sacó la Corte de Madrid de estos reconocimientos: la apatia era su estado habitual, y solo cuando recelaba un rompimiento con alguna potencia europea, se despertaba de su letargo para ordenar que se explorasen las costas del sud, no con el objeto de poblarlas, sino para desalojar á los extrangeros.

Dicho esto, convidó á los extrangeros á entrar en su casa; y sus dos hijas y dos hijos les presentáron muchas especies de sorbetes que ellos propios fabricaban, kaimak guarnecido de cáscaras de azamboa confitadas, naranjas, limones, limas, pinas, alfónsigos, y café de Moka, que no estaba mezclado con los malos cafées de Batavia y las islas de América; y luego las dos hijas del buen musulman sahumáron las barbas de Candido, Panglós y Martin.

Omito referir la ansiedad de los extrangeros por este puerto, que hoy no frecuentan recelosos de ser invadidos de indios, pero que tienen interes conocido de ocuparlo por sus producciones, y que al fin arrostrarán allanando los obstáculos, y doblemente se esforzarán á ello si emprenden su interior reconocimiento.