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Actualizado: 9 de junio de 2025


Sabía esconder su astuta malicia bajo apariencias agradables; a los diez y seis años engañaba a sus madres como si fueran niñas; traía falsos certificados de exámenes; estudiaba por apuntes de los compañeros, porque vendía los libros que se le habían comprado.

Tuvo que hacer esfuerzos inauditos para ponerse al nivel de los que habían principiado bien y pudo decirse que en aquel solo año aprendió los cinco de la segunda enseñanza. Hizo el bachillerato con gran contento de sus profesores que en los exámenes se mostraron orgullosos de él ante los jueces dominicos, allí enviados para inspeccionarles.

Sarmiento mismo le ha llamado «el génesis de la Pampa» , y él mismo dice que nadie ha caracterizado mejor la fisonomía de su libro que el historiador López cuando lo llamó «historia beduína» . «López no se da cuenta del origen de sus impresiones» agrega . «El vió escribir el Facundo sin archivo en país extranjero, al tiempo que rendía exámenes de latín escaso en De Bello Jugurthæ, de Salustio, y ya sabemos la indeleble y eterna asociación de las ideas» . Y apoyándose en la recóndita y lejana asociación juvenil que cree ver en el juicio del compañero proscripto de otro tiempo, Sarmiento insiste con orgullo: «Es el Facundo el Jugurta argentino; el libro sin asunto, porque la guerra contra el caudillo númida, escapando en el Sahara a las pesadas legiones romanas, no marca en la historia; es apenas un episodio sin consecuencia.

Raimundo siguió la carrera de ciencias. Quería ser catedrático como su padre, y, dada la brillantez con que salía en los exámenes, nadie dudaba que lo consiguiera pronto.

Su mamá quería que fuese profesora consumada, y para demostrarlo en los exámenes y obtener buena nota, la hacía estudiar una pieza, con la cual mortificaba a la vecindad día y noche, durante meses y aun años. Contaba esta niña la serie de sus novios por los dedos de las manos; pero lo que es a casarse no habían tocado todavía.

Le agitaba el temblor del muchacho en vísperas de exámenes. Estudiaba en la biblioteca lo que habían dicho sobre la materia innumerables generaciones de diputados en un siglo de parlamentarismo. Sus amigos del Salón de Conferencias, todos aquellos derrotados y caídos, la bohemia parlamentaria, que le quería a cambio de papeletas para las tribunas, animábale profetizando un triunfo.

La Sociedad de Beneficencia recorre secretamente las casas en busca de suscripciones; improvisa recursos para mantener a las heroicas maestras, que, con tal que no se mueran de hambre, han jurado no cerrar sus escuelas, y el 25 de Mayo presentan sus millares de alumnas todos los años, vestidas de blanco, a mostrar su aprovechamiento en los exámenes públicos... ¡Ah, corazones de piedra! ¿Nos preguntaréis todavía por qué combatimos?

El muchacho estudiaba y quería cumplir con su deber; pero no podía ir más allá de sus alcances. Doña Lupe le ayudaba a estudiar las lecciones, animábale en sus desfallecimientos, y cuando le veía apurado y temeroso por la proximidad de los exámenes, se ponía la mantilla y se iba a hablar con los profesores. Tales cosas les decía, que el chico pasaba, aunque con malas notas.

Débese aquí advertir, que en las ciencias prácticas basta á veces la verosimilitud, porque en muchísimas cosas si hubiera el entendimiento de hacer exámenes para alcanzar la evidencia, se pasaría la ocasion de obrar, y esta no suele volver siempre que queremos. De este modo gobernamos la práctica de la Medicina en muchos casos, y lo mismo acontece algunas veces en lo moral.

Después de sufrir Schack los exámenes jurídicos necesarios para actuar como abogado, ejerció esta carrera en Prusia, en los tribunales de Berlín. En el año de 1839 tuvo la fortuna, ansiada por él con extremo, de renunciar al manejo de los autos, que tan odioso le era, y satisfacer sus deseos vehementes de recorrer el mundo.

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