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En la ribera de Santa Lucía vió de lejos su antiguo hotel con las ventanas iluminadas. El portero precedía los pasos de un joven que acababa de descender de un carruaje llevando su maleta. Ferragut se acordó de pronto de su hijo Esteban. El viajero adolescente ofrecía de lejos cierta semejanza con él... Y siguió adelante, sonriendo con amargura de este recuerdo inoportuno.

En cuanto al menor, tenía el señor Esteban la convicción de haber engendrado un Padre de la Iglesia, al que le estaba reservado un sitio en el cielo a la derecha de Dios omnipotente. Gabriel había adquirido en el Seminario esa dureza eclesiástica que hace del sacerdote un guerrero, más atento a los intereses de la Iglesia que a los afectos de la familia.

La vieja, después de un corto silencio, miró a Gabriel con indecisión. Qué, ¿nos lanzamos a la pelea? ¿Llamo a Esteban...? , llámelo. Estará en la catedral. Y usted, ¿se atreve a presenciar la entrevista? No, hijo; allá vosotros. Ya conoces a Esteban y me conoces a . O tendría que echarme a llorar, o acabaría arañándolo por su testarudez. solo te arreglarás mejor.

En efecto, un preboste ó corregidor de los mercaderes, el famoso Estéban Marcel, á quien dedicarémos una página en la reseña histórica de Paris, compró la casa de los Pilares por la cantidad de 2.880 libras, en 7 de Julio de 1357, y á ella se trasladó el Ayuntamiento, ocupando el trono el rey Juan.

Siempre ha sido Esteban poco cosa, pero luego de lo de su hija quedó como imbécil... ¡Ay, muchacho! También me ha tocado algo a .

El señor Esteban asistía silencioso y de pie a este club vespertino, que traía recelosos a los de la Milicia Nacional de Toledo. Terminó la guerra y se desvanecieron las últimas ilusiones del jardinero. Cayó en un mutismo de desesperado: no quería saber nada de fuera de la catedral. Dios había abandonado a los buenos; los traidores y los malos eran los más.

Muy joven, y viviendo aún su padre, se dedicó á la carrera eclesiástica, y protegido, á lo que se dice, por don Juan Veitia Linaje, obtuvo un beneficio en la iglesia de Carmona, el cual disfrutaba cuando en 1682 falleció Bartolomé Esteban Murillo, que le nombró en su testamento albacea de sus bienes, en unión de D. Justino de Neve y de D. Pedro Villavicencio.

El notario y su esposa hablaban de doña Pepa como de una persona familiar, pero el niño nunca la había visto en su casa. Doña Cristina elogiaba sus cuidados con el poeta, pero desde lejos y sin deseos de conocerla. Don Esteban excusaba al grande hombre. ¡Qué quieres!... Es un artista, y los artistas no pueden vivir como Dios manda.

¡No me convencerás, Gabriel! gritó con energía Esteban . ¡No quiero...!, ¡no quiero! Lo repito: es una cobardía lo que haces. Ya que el honor pesa tanto en ti, ese honor anticuado y cruel que arregla los conflictos de la vida derramando sangre, ¿por qué no buscaste al que te robó la hija?, ¿por qué no le mataste, como un padre de comedia antigua?

La torre de San Esteban es un resúmen en cierto modo de la historia del Austria y de su arte: comenzada en 1100 solo ha podido levantarse airosa y esbelta en 1307, empleándose en su construccion mas de dos siglos y retratando en ella mil vicisitudes y recuerdos. El interior del templo responde á lo que desde fuera anuncia: es majestuoso y severo.