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Actualizado: 29 de julio de 2025
Allá en un rincón el médico de cabecera escribía una receta. Al divisar a su hija, la duquesa volvió los ojos hacia ella con expresión de ansiedad y extendió una mano para llamarla. Acércate, hija mía dijo con voz bastante clara.
La mesa en que el estudiante escribía entró en la casa de la misma manera, y la vajilla buena que se usaba en ciertos días fue adquirida por la quinta parte de su valor, en pago de un pico que adeudaba una amiga íntima. Doña Silvia había hecho el negocio, que doña Lupe no se atreviera a tanto.
Momentos antes de salir le escribía a su benefactor señor Mendive: «De aquí a dos horas embarco desterrado para España. Mucho he sufrido, pero tengo la convicción de que he sabido sufrir. Y si he tenido fuerzas para tanto, y si me siento con fuerzas para ser verdaderamente un hombre, solo a usted lo debo y de usted y solo de usted es cuanto de bueno y cariñoso tengo.
Era «rebajarse». Había huido de él sin explicación alguna, y luego, al saberle en peligro de muerte, apenas se había interesado por su salud. Un simple telegrama en los primeros momentos, y luego nada: ni una mala carta de unas cuantas líneas, ella que con tanta facilidad escribía a los amigos. No, no iría a verla. El era muy hombre...
Y con este saludable recuerdo el pobre Ben Zayb andaba con manos de plomo, no decimos piés, por no imitar al P. Camorra que tenía la avilantez de reprocharle que escribía con ellos.
Yo no podía asistir á esa fiesta, y bendije mi herida que me libraba de semejante suplicio. Escribía á mi querida Elena, á quien me esforzaba más que nunca á ofrecer mi alma entera, cuando á eso de las tres de la tarde, entraron en mi cuarto el señor Laubepin y la señorita de Porhoet.
El autor, cuyo nombre no había tenido tiempo de penetrar muy hondo en la memoria de la gente que lee, ocupaba con honor un puesto de mediano rango en la literatura política de quince años atrás. Ninguna publicación más reciente me había hecho saber que vivía y escribía aún.
No se olvidó el autor de darnos algunos detalles de cómo estaban las casas de baños en aquellos días de 1587, en que escribía, y así añadió lo siguiente: «A las grandes salas donde se bañan salen sus caños que corren de agua caliente y también fría.
Hasta entonces no había engañado más que a él; muy pronto mi traición debía alcanzar también a Marta. El invierno y la primavera pasaron velozmente y llegó el momento en que las gavillas comenzaron a amontonarse en los trojes. Roberto debía venir tan pronto como la cosecha hubiera terminado; «pero hasta entonces escribía, habrá que vencer más de una grave dificultad.»
Pero al que recordaba con más veneración era a un señor elegante y grave, autor de largos artículos sobre política internacional, que se sentaba en cualquier rincón de la imprenta, sin mancharse, y escribía con los guantes puestos. ¡Sin quitarse los guantes, Isidro! ¿Hay muchos que puedan hacer eso ahora?
Palabra del Dia
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