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Actualizado: 21 de julio de 2025
Las escenas siguientes nos transportan á Toledo, en donde se celebra una fiesta en loor de un santo. Encuéntrase en ella Peribáñez con su esposa y otros muchos labradores.
Las evoluciones de las maniobras militares; el tumulto y fragor de la batalla; los bélicos sonidos de antigua y heroica música oída hacía treinta años, tales eran quizá las escenas y armonías que llenaban su espíritu y se desplegaban en su imaginación.
En todas, no obstante el escaso interés que excita la acción principal, agrada la gracia y agudeza de los papeles cómicos, al paso que las escenas serias no satisfacen generalmente.
Muchas podrían más bien llamarse epopeyas dramáticas; otras, al contrario, y entre ellas la mayor parte de las obras de los mejores poetas, ofrecen esa unidad absoluta en el orden en que se suceden las escenas, ese desenvolvimiento de la acción, que tiende necesariamente á un fin determinado, indispensable á la existencia del verdadero drama.
Los riesgos que tiene un coche y El trato muda costumbres son comedias de enredo exclusivamente, sin contener nada de característico; la acción es natural y graciosa, y su plan no deja nada que desear en cuanto al orden y sucesión artística de las escenas.
Los rosarios de mujeres, sobre todo, dieron origen á no pocos excesos, en los que más de una vez viéronse obligados á intervenir los alguaciles, pues como no todas las hijas de Eva que á ellos concurrían hacíanlo sólo por el rezo, y como con frecuencia los mozos de empuje se unían á la procesión con intenciones no muy piadosas, resultaban de aquí escenas poco edificantes.
»A causa de las escenas violentas a que se entregaba, me compadecían nuestros vecinos. Admiraban mi resignación, que no se debía, seguramente, a la indiferencia. Era demasiado desgraciada para ocuparme de ciertas pequeñeces. »La tristeza de Teobaldo aumentaba de día en día.
Si en Madrid se supiesen ciertos pormenores, si en rápida visión pudiesen ofrecerse a los ojos de la sociedad elegante algunas escenas por las que aquella altiva y encopetada dama pasó, pocos envidiarían su existencia. ¡Qué torturas, qué refinamientos de crueldad! A los cuatro o cinco años ya estaba obligada a ser la vigilante guardadora de otros dos hermanitos.
Sintió celos de Fermín Montenegro, que acababa de llegar de Londres, y reanudando su intimidad infantil con Lola, la visitaba con frecuencia, atraído por su picaresco lenguaje. Las escenas domésticas acababan a golpes.
Pero al mismo tiempo crecía en ella el temor de que su frágil y débil cuerpo no pudiera soportar la grave prueba que la esperaba. Yo compartía su esperanza y sus temores; quizá estaba aún más inquieta que ella, pues la soledad y la distancia abultaban y desfiguraban las escenas que creaba mi imaginación.
Palabra del Dia
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