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Ahora le entusiasmaba que todos los franceses participasen de la misma suerte, sin distinción de clases. Todos mochila á la espalda y comiendo rancho. Y hacía extensiva la militar sobriedad á los que se quedaban á espaldas del ejército. La guerra traería grandes escaseces: todos iban á conocer el pan ordinario.

Asimismo había podido observar Maximiliano en su propia casa lo implacable que era su tía con los deudores, y de este conocimiento vino el inspirado juicio que formuló de esta manera: «Si me caso con Fortunata y si la suerte nos trae escaseces, antes pediremos limosna por las calles que pedir a mi tía un préstamo de dos pesetas... Mientras más amigos, más claros». Nicolás y Juan Pablo Rubín.

Maltrana quiso hablar de la indigencia en que, había estado hasta entonces, pero la muchacha lo atajó. Que era pobre, ¿y qué? Ya lo sabía ella. Muchas veces se había fijado en la voracidad con que comía en casa de su padre, reveladora de dolorosas escaseces. Pero era bueno, era sabio, y para ella el hombre más guapo del mundo.

Mientras hablaba Isidro de la mujer y los hijos de su amigo, andaluces trasplantados a Hamburgo, y de las escaseces pecuniarias de éste, que le obligaban a buscar entre los pasajeros ricos uno que quisiera entretener los ocios de la travesía estudiando idiomas, don Carmelo gritó con el acento de su tierra: ¡Too Dios con er papé en la mano!, ¡que se vea bien!

Á pesar de lo solitario de la situación de Ester, y aunque no tenía un amigo en la tierra que se atreviese á visitarla, no corría sin embargo el riesgo de padecer escaseces. Poseía un arte que bastaba para proporcionarle el sustento á ella y á su hijita, aun en un país que ofrecía comparativamente pocas oportunidades para su ejercicio.

Estas las daban unos árboles plantados por el abuelito, quien trajo la simiente de las Antillas. Vinieron las escaseces, la pobreza y la miseria. La enferma iba de mal en peor. Las convulsiones eran diarias, y duraban dos o tres horas. El brazo izquierdo no le servía para nada; las piernas fueron debilitándose, y la buena señora no pudo caminar sin el auxilio de ajena mano.

Isidora, que recibió del marqués de Saldeoro otra visita platónica y una nueva remisión de fondos por cuenta, al parecer, del Canónigo, salió de aquella sombría situación de escaseces y apuros; pagó sus deudas, compró un Diccionario de la Lengua castellana y llevó a su hermano al teatro, de lo que este recibió tanto gusto, que en algunos días apareció como transformado, encendida la imaginación por las escenas que había visto representar, y manifestando vagas inclinaciones al heroísmo, a las acciones grandes y generosas.