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De casa de tu tío... como siempre... Hoy me he descuidado un poco más. Cuando llegué a ese grupo de gente ya venías con los muchachos, pero no te conocí: me enteré de lo que era y quise también tener mi parte en la buena obra. ¿Dónde quiere V. que vayamos?... Yo pensaba llevarlos a un restaurant.

Hay mucho cuidado para que no se entere de nada. Y eso que ahora, si viera usted, ha recobrado la razón; parece que está juiciosísimo; habla de todo con tino, y no hace ningún disparate». Fortunata estaba algo cohibida, pues a pesar de la convicción de que hacía gala con respecto a ciertas legitimidades, le daba vergüenza de no poder disimular ya su estado ante un amigo de la familia de Rubín.

Yo creo terminó que si no se ha vuelto á su rancho lo pillaré á esta hora donde el Gallego. Vaya á buscarle dijo Elena y avísele de mi parte que á la diez en punto esté frente á la casa... Nada más. Pero dígaselo con habilidad; que nadie se entere.

No será la primer vez... Pero como usté me tenía alvertiu de tiempus atrás que si se presentara una proporción de esas, la aprovecharía con gustu... Tienes razón, y has hecho muy bien en avisarme... ¡Vaya si te lo agradezco!... hasta por la reserva con que lo haces, sin duda para que no se entere mi tío. ¿No es verdad?

Me explicó cómo se la amputaron, a consecuencia de haberle destrozado el pie una barrica, y no supe si horrorizarme o reírme cuando contaba que al operarle, como el muñón que le quedaba se le gangrenaba, le tuvieron que cortar la pierna dos o tres veces en rodajas, como si fuera una merluza. Al día siguiente, en la relojería, me enteré de la vida del torrero y de su gran odio.

Seremos tan pecadores como en otra parte, pero no queremos que nadie se entere. Me temo que esa Leonora se pase la vida sin más sociedad que la de su tía, que es tonta, y la de una criada franchuta que dicen ha traído... Aunque ella ya se lo recela. ¿Sabéis lo que le dijo ayer a Cupido?

Le señalo dos duros al mes, y todos los días 24 puede usted venir a recogerlos, hasta que se cumplan los seis meses, y pasado Septiembre yo veré si debo aumentar o no la asignación. Eso depende, fíjese usted, de que yo me entere, tocante a si se administra o no se administra, si hay orden o sigue el... el caos. Mucho cuidado con el caos.

Trabajaba mucho, más pronto me enteré de que sentía poco entusiasmo por su carrera; al salir del despacho siempre estaba de mal humor; lo que le preocupaba e interesaba no era la índole de los pleitos, la ocasión de lucirse, la probabilidad de reparar una injusticia, sino la esperanza y la cuantía del pago: no se le veía contento sino cuando cobraba una cuenta de honorarios los cuales acostumbraba a poner muy altos: en más de una ocasión le costó esto serios disgustos o recibió cartas desagradables.

Semanas después, la iracunda doctora se había mostrado amable y sonriente, lo mismo que en otro tiempo. «Querida mía: conviene que usted un paseo por Francia. Hace falta un agente que nos entere del movimiento de los puertos, de la salida y entrada de los buques, para que nuestros sumergibles sepan dónde esperar.

Ya se ve: y como usted entiende de achaques de contestaciones, y de cómo se lleva por aquí eso de polémica literaria, vengo a que me endilgue usted, sobre poco más o menos, cuatro consejos oportunos, de modo que la materia en cuestión se dilucide, se entere el público de quién tiene razón, y quede yo encima, que es el objeto. ¿Y de qué habla el artículo?