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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Estas ardientes memorias, que parecen agostarse hoy en mi cerebro, como flores tropicales trasplantadas al Norte helado, me hacen a veces reír, y a veces me hacen pensar... Pero contemos, que el lector se cansa de reflexiones enojosas sobre lo que a un solo mortal interesa. Rosita era lindísima. Recuerdo perfectamente su hermosura, aunque me sería muy difícil describir sus facciones.
La misa, que en un principio juzgó ceremonia cansada y larga, fue pronto para ella representación de lo que sufrió el hijo de Dios, que por nuestras culpas se dio, y sigue dándose en cuerpo y sangre como precio de la redención humana; las letanías, antes enojosas, sartas de frases que no entendía, adquirieron carácter de plegarias gratas a sus labios, dulces al oído de aquéllos a quienes iban dirigidas; el rosario, que consideró retahíla de inútiles repeticiones, acabó por parecerle saludo de palabras augustas, recuerdo de las mayores penas y dichas que sufrió la Madre del Salvador del mundo.
Afirmaba doña Inés que ella había deseado y deseaba siempre buscar un santo retiro; pero ya que no podía ser por las mil obligaciones que había contraído y que le era indispensable cumplir por enojosas que fuesen; porque tenía hijos que criar y educar, marido de que cuidar y hacienda que ir conservando y mejorando, a fin de transmitirla a los que habían de heredar un nombre ilustre, que deslustrarían al quedar huérfanos y abatidos por la villana pobreza.
Con la obligada y casi indispensable modestia, que en ocasiones tales se usa, Rafaela trató de probar que había envejecido; pero al cabo, tal vez porque no lo creía, o tal vez para evitar enojosas discusiones, convino en que estaba tan bien o mejor que nunca.
Dada la reputación que Jacques disfrutaba, era notorio que la puerta de las grandes riquezas quedaba abierta para él, y, en ese caso, podía contar con una pingüe renta para lo sucesivo: quizás era ése el mayor atractivo para una muchacha criada en el lujo y ahora sumida en enojosas privaciones a que le tardaba poner fin.
Si han de repetirse esas cosas tan enojosas, le ruego que no vuelva; seré siempre su amiga; pero no viéndonos, ganaremos usted y yo. Rafael se sentía avergonzado al ver que Leonora conocía sus secretos. Se creía en ridículo, y para salir del pasó afirmó con petulancia: No crea usted tales cosas; son chismes de enemigos.
Estoy segura de que mi marido, que sólo gusta de ocuparse en cosas serias y enojosas, también es de los que creen próxima la guerra y se preparan para hacerla. ¡Qué disparate! Di conmigo que es un disparate. Necesito que tú me lo digas. Y tranquilizada por las afirmaciones de su amante, cambió el rumbo de la conversación.
En fin, tales eran los disparates que salían de su boca, que me veré obligado, para evitar explicaciones enojosas, a sustituir sus frases con las usuales, cuando refiera las conversaciones que de él recuerdo. Sigamos ahora. Doña Francisca, haciéndose cruces, dijo así: «¡Cuarenta navíos!
Palabra del Dia
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