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Actualizado: 20 de julio de 2025


Porque si duraba mucho la avenencia, y no se presentaba motivo de riña, se encargaba ella de buscarlo, hastiada, sin duda, de hallarse en paz con su marido. Si hacía una cosa por proporcionarle un goce cualquiera, en vez de agradecérselo, le pagaba generalmente con alguna burla o sarcasmo. Todo le parecía poco. Los mayores sacrificios los encontraba pequeños.

El capitan jeneral fue desde luego el juez nato de esta renta, como superintendente jeneral subdelegado, y la única administracion se encargaba á un vecino de honradez y confianza, con solo la asignacion de un 25 por 100 sobre todo lo que recaudase. Este nombramiento se aprobaba por la oficina jeneral de Méjico, de donde dependia en todo.

En el momento en que el mozo oia lo que cada comensal le encargaba, lo anunciaba gritando desaforadamente como era necesario para que le oyese el cocinero, á una distancia de cuarenta ó cincuenta pasos. De modo que si pedian á un tiempo de comer varios comensales, los respectivos mozos gritaban á la vez; aquellos gritos se confundian y formaban un guirigay y un clamoreo que nos atolondraba.

Si había que ir en busca de un comestible olvidado el día antes, era ella la que se encargaba de la expedición, queriendo evitarle todo contacto con la vida exterior. Las tardes eran tardes de harén, pasadas sobre el diván ó tendidos en el suelo. Ella entonaba á media voz cantos orientales incomprensibles y misteriosos.

En un espacio de centenares de leguas, el salado Océano era de leche. La fecundidad de estas tierras animales ponía en peligro al mundo. Cada individuo podía producir hasta sesenta mil huevos. Pocas generaciones bastaban para llenar el Océano, hacerlo sólido, pudrirlo, suprimiendo los demás seres, despoblando el globo... Pero la muerte se encargaba de salvar la vida universal.

El director de la oficina le indicó un vapor francés que salía aquella misma tarde para Marsella, procedente de Suez. El se encargaba de arreglar todo lo concerniente á su pasaje y de recomendarlo al capitán.

Gerardo de Nerval, el admirable poeta bohemio, tan desconocido en España, no podía escribir en su casa... cuando la tenía. Si una revista le encargaba un artículo, se iba a cualquier café. Sacaba de su bolsillo el tintero, un montón de plumas, papeles, libros. Era todo su ajuar. Cuando acababa de escribir el título llegaba un amigo inoportuno.

Sir Oliver se encargaba de mandar los doscientos hombres de Morel y conducirlos á Dax en unión de sus cincuenta ganapanes, mientras el barón anticipaba su salida de Burdeos para dirigirse á Montaubán, tomar el mando del resto de la Guardia Blanca que por allí merodeaba y reunirse al grueso del ejército en Dax antes de que el príncipe emprendiese la marcha con dirección á España.

Cuando se estaba practicando esta inicua diligencia, llegó un indio que venia de la provincia de Tinta, y dirigiéndose á D. Jacinto, le dijo, era enviado por el Inca Tupac-Amaru, y que este encargaba mirasen con mucho respeto y veneracion á los templos y sacerdote; que no hiciesen daño alguno á los criollos, y que solo persiguiesen y acabasen á los chapetones.

Buscaría en la mañana siguiente á un viejo doctor de Monte-Carlo que visitaba de tarde en tarde al príncipe. Necesitaba pólvora y balas; también se propuso buscarlas al otro día. Necesitaba dos cajas de pistolas, ¡y sólo tenía una!... Esto de las dos cajas lo consideraba esencial. Los padrinos del otro no sabían dónde encontrar la suya. No importa; él se encargaba de buscarla.

Palabra del Dia

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