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Actualizado: 1 de junio de 2025


La madre estaba sentada al pie del farol, en el pedestal de la columna de hierro; un pañuelo muy sucio en forma de látigo, atado con un soberbio nudo por el medio, era el zurriago que representaba allí el poder coercitivo. La niña haraposa empuñaba el lienzo por un extremo y el otro iba pasando de mano en mano por el corro de chiquillos. ¡Na!... decía la madre.

Y revolviéndose instintivamente, dio la vuelta, quedando con el pecho en tierra, apoyado en una mano y tendiendo la otra, que empuñaba el revólver. Sentíase fuerte, repetía en su interior que aquello no era nada, pero el cuerpo se negó con súbita torpeza a obedecer su voluntad. Parecía pegado al suelo por una dolorosa simpatía.

Desnoyers miró con inquietud el látigo que aún empuñaba su diestra. ¿Si intentaría pegarle como á los peones?... Estaba dudando entre hacer frente á un hombre que siempre le había tratado con benevolencia ó apelar á una fuga discreta, aprovechando una de sus vueltas, cuando el estanciero se plantó ante él. ¿ la quieres de veras... de veras? preguntó . ¿Estás seguro de que ella te quiere á ti?

Estévanez, el famoso dramaturgo, el que empuñaba a la sazón el cetro del teatro, lo había tomado bajo su protección, le había prometido hacerlo representar, pero hasta la hora presente ninguna noticia tenía del éxito de sus gestiones. Era demasiado orgulloso nuestro joven para pedir estas noticias ni menos convertirse en pretendiente.

Y todos salieron a la desbandada, empujándose, ansiando en la asfixia de la embriaguez aspirar el aire libre del patio. Muchas, al abandonar la silla andaban tambaleantes, apoyando la cabeza en el pecho de un hombre. La guitarra del señor Pacorro sonó con triste quejido al chocar con el quicio de la puerta, como si la salida fuese estrecha para el instrumento y el Águila, que lo empuñaba.

Durante estas poesías y las otras que siguieron, el caballero de las patillas no dejaba de gritar de cuando en cuando, al final de las estrofas: «¡Olé! ¡Viva tu mare!», dando el consabido porrazo en el suelo con el enorme roten que empuñaba. Yo cada vez estaba más escamado de él, y por encima de las cuartillas que tenía en la mano le echaba miradas, ora de temor, ora de recriminación.

¡Pie a tierra! repitió bruscamente; y obedecí. El bosque era espesísimo desde la orilla misma del camino. Ocultamos nuestros caballos entre los árboles, les vendamos los ojos y permanecimos inmóviles junto a ellos. ¿Quiere usted saber quiénes son? murmuré , y adónde van. Entonces noté que su diestra empuñaba un revólver. Oíase cada vez más próximo el trote de los caballos.

Me miraba como un perro a quien se ha salvado la vida, y mientras tanto, sus oscuras manos buscaban y rebuscaban en la faja y en los bolsillos. Esto casi me hizo arrepentir de mi generosidad, y mientras el gañán buscaba, yo metía mano en el cinto y empuñaba mi revólver. ¡Si creía pillarme descuidado! Tiró él de su faja, sacando algo, y yo le imité sacando de la funda medio revólver.

Según el Magistral, iba pregonando su gloria. Don Fermín no presidía este entierro como el del miércoles, pero celebraba con él su nuevo triunfo. Caminaba cerca de Ana, casi a su lado en la tila derecha, entre otros señores canónigos, con roquete, muceta y capa; empuñaba el cirio apagado, como un cetro. «

Riéronse todos, como siempre que la Mazacán empuñaba la tijera, y la señora de López Moreno dijo muy satisfecha: ¡Qué Isabel esta!... ¡Con qué gracia crucifica a todo el mundo!...

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